Con los ojos húmedos: la importancia de un camino sanjuanino, en primera persona
Que una máquina pase por una senda, rompa el cerro y apisone la tierra es, en esencia, sólo una obra vial. Sin embargo, hay quienes dan testimonio de que esa acción salva vidas, sirve para que los niños de una escuela estén calentitos o tengan algo fresco para tomar, para que una familia mejore su situación económica o, incluso, para que una mamá con su bebé de meses se eviten una neumonía. Todo eso es, según el relato de los protagonistas, lo que significa el nuevo camino de 24 kilómetros que fue construido por la Dirección de Vialidad Provincial para sacar del aislamiento a la localidad Sierras de Riveros, en Valle Fértil, y con ella, a las 16 familias que viven allí.
“Le decía al maquinista –Jorge Martínez- cuando llegó con la máquina, que es nuestro héroe. Cuando lo vimos, yo no lo podía creer, festejamos y le hicimos un asado en agradecimiento”, cuenta don Claudio Castro. El hombre de 61 años es de Astica, pero lleva 31 años trabajando como portero en la escuela del pueblo.
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La máquina de Vialidad que llegó al portal del pueblo y emocionó a los vecinos.
Sentado al solcito en medio de la quebrada, prolijamente peinado mientras toma unos mates con la pava que mantiene caliente sobre las brasas, el hombre charla con Tiempo de San Juan y relata qué significa el camino para la gente del lugar. “Yo llego a caballo a mi trabajo. Tengo que estar 10 días acá por 5 que paso en mi casa. Viajo por la quebrada y demoro unas 5 horas. Lo seguiré haciendo, porque desde Astica me es más cómodo. Pero para el resto de la gente, como para los maestros, esto de tener el camino por el que se puede llegar en vehículo cambia todo”.
El hombre cuenta que los maestros que llegan a la escuela son 6 y viven en Villa San Agustín. “Antes venían en vehículo hasta donde llegaba la senda y de ahí seguían en animales que alquilaban o caminaban. Es durísimo, sobre todo en invierno. Y es peor cuando llueve. Por eso este camino tiene una importancia muy relevante”, reflexiona.
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Don Castro hace referencia también a la posibilidad de llevar mercadería a los hogares o, incluso, una garrafa para poder cocinar. “A la mercadería, la gente la traía a lomo de burro. Y son varias horas las que se demora, por ejemplo, para traer sólo una garrafa, porque no se puede cargar al animal de más. Todo es una complicación. Me acuerdo de una vez que trajimos desde Astica un freezer para la escuela. Entre 8 nos tuvimos que ir turnando en grupos para subirlo. Salimos a las 8 de la mañana y llegamos a las 5 de la tarde. Y así ha sido cada vez que se ha traído una cosa grande por la quebrada”.
Sin embargo, para el portero la mayor importancia de la conexión terrestre tiene que ver con la salud. “Venía pensando el otro día, lo importante que es para que alguien se enferma de gravedad este camino. Antes, a los enfermos graves los teníamos que bajar en camilla, yo lo he hecho y es tremendo. Usamos hangarillas, que son como palos que sostienen una tela en la que la persona va acostada. Una persona se mete en el medio de las varas adelante, otra atrás y otra va al costado. Un ser humano pesa muchísimo. Y hay que subir o bajar por la quebrada así por kilómetros, es durísimo. Ahora que puede subir un vehículo, se puede salvar vidas. Y lo digo porque ha pasado que falleció una señora mientras la llevaban de esa forma”, relata y sus ojos se entrecorta la voz.
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Laura es enfermera en Sierras de Riveros, su padre cumplió esa función hasta jubilarse y ahora la acompaña también su hermano.
Quien también destaca especialmente el tema de la salud es Laura Chavez. Ella es una de las enfermeras de la salita del pueblo desde hace 15 años. Su padre, ya jubilado, cumplió esa función hasta hace unos años. Y su hermano es quien se turna con ella ahora para cumplir la tarea. Nacida en la Sierra, ahora vive en Astica y sube y baja los martes. En el lugar, es la encargada de ofrecer asistencia, medicación y los primeros auxilios a los vecinos que lo necesitan. “Cuando pasa una urgencia tengo que dar aviso, vienen y nos buscan. Antes, nos tocaba parte del traslado a pie. Ahora, va a poder entrar hasta la ambulancia”, cuenta y se emociona.
La salita en la que trabaja está en una habitación de la casa original de la familia, cerca de la capilla y la escuela. “Hice toda la primaria acá y bajé a Astica para hacer la Secundaria. Estudié para ser enfermera en la Ciudad de San Juan y como conseguí trabajo acá, volví en reemplazo de mi papá”, comenta. A lo largo de los años, la mujer formó pareja y tuvo dos hijos, quienes hoy tienen 7 y 12 años. “Cuando eran bebés me los traía. Veníamos a caballo. Hemos pasado inviernos, lluvias y tormentas, subiendo y bajando la cuesta. Después, cuando se hicieron más grandes, los empecé a dejar en mi casa. Siempre venía a caballo y son 4 o 5 horas desde Astica hasta acá, dependiendo del ritmo del animal”, dice.
Pero eso cambió el año pasado, cuando se compró una moto 110 cc. “Cuando la apertura del camino ya estaba más avanzada, empecé a venir en moto. La dejaba tapada en el lugar hasta el que había llegado la máquina y después seguía a caballo. La semana pasada, por fin pude llegar en la moto hasta acá. Ahora demoro unas 2 horas y es más cómodo traerme la mercadería para la semana”, comenta. Al tiempo que confía: “Yo le decía al maquinista que es una satisfacción tan grande poder hacer el recorrido en vehículo”.
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Rocío vive en el pueblo junto a su pareja y su hijo pequeño. Ellos viven de la venta de los cabritos que crían y el camino ayuda a impulsar su trabajo.
Previendo lo que iba a pasar, algunos de los vecinos también invirtieron en motos, como hicieron hace poco más de una semana Rocío Chavez, de 22 años y su pareja, quienes tienen un nene de 2 años y viven en el lugar. Ella es de Sierras de Chávez, donde aún viven sus padres, y se mudó hace 6 años a Riveros con su pareja, que es de allí. En su caso, el camino significa poder crecer económicamente. Es que, ellos crían cabritos, que venden en otras localidades. Antes debían bajarlos a lomo de mula, ahora, los pueden llevar en moto. Y más que eso, “en los últimos días llegaron camionetas hasta acá preguntando si alguien tenía cabritos y ahí nomás los vendimos. Es un cambio muy grande”, reconoce Rocío.
Otro que se sube a la moto para llegar al pueblo y ahora puede estacionar en la puerta de la escuela es Carlos Ortiz, maestro celador del establecimiento desde hace 7 años. Él vive en la villa cabecera y cuenta que, “subí la primera vez en mula. Nos dejaban en movilidad hasta donde estaba el camino y después, subíamos en animal por un desvío, una cuesta de 40 minutos, 45 minutos. Ya después, me ponía la mochila y lo hacía caminando y cada vez era menos tiempo el que demoraba, porque el camino que podíamos hacer en la camioneta era cada vez más largo. En el último tiempo, empecé a hacer lo mismo, pero hacía la parte que ya estaba abierta en moto. La semana pasada, por primera vez, dejé la moto en la puerta de la escuela. Ya no caminamos nada”.
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El camino que delineó la máquina es mucho más que una simple senda, según cuentan los pobladores.
Y agrega: “Pero no somos sólo nosotros. Llega la mercadería, llega el gas. Si se rompe un vidrio, lo vamos a poder subir sin problemas. Si se necesitan camas, un armario, lo mismo”. Entonces, con una sonrisa enorme, relata: “Cuando vimos la máquina ahí fue una emoción muy grande para todos. La gente del lugar, nosotros, los chicos. Ver una máquina, ver un auto. Ellos no lo podían creer y a varios se les cayeron unas lágrimas”.
Fotos y video: Gabriel Iturrieta
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