El educador sanjuanino que dedica su vida a quienes les falta un “empujón”: “El amor transforma a los alumnos”

El educador sanjuanino que dedica su vida a quienes les falta un “empujón”: “El amor transforma a los alumnos”

No solo lo sostiene, categórico, sino que lo vivió en carne propia cuando comprobó en un colegio de educación para adultos situado en Guaymallén el valor del vínculo docente-alumno. Fue cuando trabajó como preceptor en un CENS y poco después, fascinado con esa experiencia, se volcó para profesionalizarse también en otras áreas dentro de un establecimiento educativo. Así fue como, en forma paralela a su función de coordinador del Plan Fines de la Dirección General de Escuelas de Mendoza, tarea que tiene como objetivo acompañar a quienes les falta alguna materia para egresar del secundario, se volcó de lleno a estudiar el profesorado de Educación Especial.

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Claro que en todo ese proceso que transitó durante casi dos décadas, las historias de los muchísimos estudiantes que pasaron por su vida lo fueron retroalimentando. Convenciéndolo día a día de que iba por el camino correcto.

Muchas de esas experiencias tienen origen en el CENS N° 3-456 “De la Libertad”, ubicado en Villa Nueva, Guaymallén, donde sigue apostando como coordinador y mentor a alentar a los estudiantes a finalizar ese tramo fundamental.

“Cuando decidí estudiar tomé la decisión de radicarme en Mendoza, provincia que había visitado en varias ocasiones porque tengo familiares y la ciudad me encanta. Estudié Administración de Empresas (ITU) algo que me ayudó a conseguir un trabajo en una empresa metalúrgica en el área de Personal y luego ingresé a la administración pública”, repasa.

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Allí conoció a una de las personas que transformaría su vida en lo profesional: Salvador Vergara, director de una escuela nocturna (CENS) quien le propuso desempeñarse en el establecimiento. Claro que antes debía cumplimentar el curso de preceptor escolar. Lo hizo y también lo amplió a secretario y bibliotecario.

“Todo el trayecto me llevó a amar la educación y siento que estoy en el lugar indicado, la Dirección de Educación Permanente de Jóvenes y Adultos”, sostiene.

Si algo agradece en el fortalecimiento que logró como persona es, justamente, trabajar en un programa en el que, año tras año se inscriben personas de cualquier edad que terminaron sus estudios secundarios y les quedó alguna materia pendiente.

Y es aquí donde juega un rol esencial la dedicación, el aliento y el empuje que cada estudiante, mucho de ellos adultos que trabajan, necesitan para salir adelante.

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“He tenido en estos grupos personas que ahora son padres y abuelos y que suelen confesarme algo recurrente: el deseo de dar el ejemplo a sus hijos y nietos. Historias conmovedoras hay por todas partes, como cuando logran el diploma y me cuentan que lo llevarán a la tumba de sus padres”, relata.

“Un alumno ya adulto terminó de rendir y, cuando el profesor le dijo que estaba aprobado, se puso a llorar desconsolado abrazando a su hijo adolescente. Me decía, emocionado, que había cerrado una etapa importante de su vida”, recuerda y agrega que en muchos casos lo invade la empatía y el orgullo.

“Comparto el día a día con jóvenes que llegan al programa luego de haber intentado miles de veces rendir. Muchas de estas historias terminan por atravesarme como educador, como persona y como ser humano”, reflexiona.

Concluye: “Creo que los que trabajamos con vocación educativa somos un puente entre los estudiantes y el objetivo final. Pero el camino requiere acompañamiento, escucha, comprensión. Siempre digo que hay que trabajar las emociones porque muchas personas llegan castigadas, con pasados dolorosos y sus defensas bajas al haber recibido siempre un ‘No’”, expone. Por eso, dice, su frase más recurrente es: “Lo vamos a intentar”.

“La clave para que las cosas funcionen es capacitarse, estudiar y, al mismo tiempo, no dejar de ser perseverante”, asegura.

Un modelo a seguir

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Fernando sostiene que todos en la vida tienen un mentor o un modelo a seguir, el que enseña que un camino difícil puede ser más satisfactorio o menos complicado si esa persona nos acompaña durante esa etapa.

“En mi caso fue Angelita Moreira. Todo lo que soy en esta función de mentor o educador se lo debo a esta preceptora de mi secundaria”, reconoce, mientras advierte que ser preceptor es la tarea más hermosa que pudo haber elegido.

“Cada historia de los estudiantes sin querer me atraviesa, me sensibiliza y desde mi lugar me obliga a focalizar en las posibilidades de cada uno, en su vida, su objetivo y su necesidad”, señala.

Durante su etapa como celador, insiste, se sintió tan querido y respetado por sus alumnos que el círculo fue virtuoso.

“Sentir que en cada recreo me buscaban para charlar era todo un regalo. También cada campaña solidaria que iniciamos, cada proyecto, cada iniciativa conjunta que armábamos a pulmón”, continúa.

Una anécdota pintó de cuerpo entero el amor que fue sembrando en el camino. “Tenía a cargo dos divisiones que estaban muy enfrentadas. No se llevaban bien. Incluso recuerdo que debía repartirme, era todo un tema. Sin embargo, un día me llevé una sorpresa. Fue para el día de mi cumpleaños. Cayeron todos de sorpresa mezclados entre ambas divisiones. Todavía no me explico cómo hicieron, pero dejaron atrás sus celos y diferencias y se sumaron al festejo. Compartimos una hermosa noche que sí o sí merecía una foto así que salimos a la calle y nos tomamos una imagen que jamás olvidaré”, rememora.

Fernando dice estar seguro que el amor transforma a las personas. “Aquí se dio el caso. Donde se vuelca amor se recibe amor”, asegura. Y siguen las anécdotas: “Muchos solían ponerse nerviosos frente a cada examen o exposición. Intentaba acompañar, aconsejar, pero a veces no bastaba. Un día le pedí al director si podía presenciar una lección. Yo sabía que ellos sabían y sentí que mi presencia podía darles seguridad. Les pedí que me miraran todo el tiempo, que todo iba a salir bien. Y todo salió perfecto”, recuerda emocionado.

“Es cierto, guardo numerosos recuerdos hermosos que me alimentan el alma y me dan energía para seguir apostando a ser un educador con todas las letras”, reflexiona, para agregar que si bien la educación no está bien remunerada, la vocación muchas veces supera fronteras. “Sentir que cambiás a una persona no tiene precio”, repite.

Hoy, en un rol superador, ya que el contacto con los estudiantes no es tan cercano como cuando fue preceptor, sigue recordando con emoción cada asado, cada salida educativa, cada anécdota.

“La relación continúa intacta con la mayoría y es un orgullo cuando recibo la noticia de que lo lograron. Lo primero que hacen es avisarme a través de un mensaje, una carta, un llamado”, cuenta. “La satisfacción que me brindan esos mensajes por el solo hecho de haberlos escuchado, abrazado, aconsejado, es inmensa. Siento el sabor del deber cumplido”, reflexiona. “Ahora –finaliza– me toca seguir ayudando a que otros estudiantes crean en ellos mismos, siempre con la misma convicción”.

“Hay muchas personas que vienen cargadas con sus propios miedos, creyendo que no son capaces, que no van a poder. Estoy convencido de que sí se puede”, concluye, y agradece a las personas valiosas que pasaron por su camino en el mundo apasionante de la educación.

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