Alejandro Grimson: “Alberto Fernández destruyó el contrato electoral” | Entrevista con el coordinador del libro Desquiciados
Hay gente que la vio y que se puso a estudiar lo que significa la irrupción de la extrema derecha en el mundo, y particularmente en la Argentina. Entre ellos, está Alejandro Grimson, doctor en antropología y coordinador de Desquiciados, un libro publicado por Siglo XXI sobre los vertiginosos cambios que impulsa este sector que tiene a Javier Milei como máximo exponente en la Argentina.
Desquiciados no es solo un diagnóstico sino que se propone como una herramienta analítica para contribuir a hacerle frente a la desilusión social –una desilusión que, para Grimson, también se manifiesta ante el fracaso de la experiencia del Frente de Todos.
–¿Por qué Desquiciados?
–Desquiciados tiene dos sentidos. Uno es describir un clima de época que nos atraviesa de distintas maneras a todos: la inflación, la cuarentena, la vida en el mundo de las fake news, la incertidumbre global, las guerras. A eso hay que sumarle que la manera de hacer política de la extrema derecha –que es el fenómeno político de esta época desde 2016– es generar desquicio. En cada uno de los países se generan mesas de ingenieros del caos para trastocar y desarmar las subjetividades de la ciudadanía y destituir la esfera pública. Las controversias dejan de ser de ideas y pasan a ser insultos o griteríos. Me gusta dar un ejemplo: frente a la crisis de 2018, todo el país sabía que a Macri le pareció lo mejor para la Argentina tomar la deuda más grande de la historia dada por el Fondo Monetario Internacional y que Cristina estaba en contra. Ahora, ¿cómo hacés para estar de un lado o del otro si un funcionario de alto rango se lleva masitas de la embajada de Francia o si la vicepresidenta dice que Francia tiene un pasado colonial? Necesito sacar todo de contexto para discutir algo que es idiota de discutir. A propósito, es el plan de ellos: el jefe de asesores de Donald Trump lo llama “inundar la zona de mierda”.
–Usted marca el quiebre en 2016, ¿pero desde cuándo se puede empezar a ver el fenómeno?
–Yo hago una periodización histórica: existió la Guerra Fría, se cayó el Muro de Berlín y comenzó la época del reinado neoliberal monopólico. Es cierto que hubo seis países de América Latina –entre ellos, nosotros– que salimos de esa hegemonía. Hubo 25 años de hegemonía neoliberal impresionante en el mundo y eso se terminó en 2016. Trump es antiglobalización, es proteccionista de los Estados Unidos, es anti multiculturalismo, antigénero. No es neoliberal. Muchas veces me preguntan si es mejor; no, es peor. Para mí, ahí cambia la época con Bolsonaro, con la India gobernada por la ultraderecha, con la ultraderecha creciendo en toda Europa. Hay un nuevo panorama. La ilusión de capitalismo más democracia –que fue lo que gobernó la hegemonía de los 25 años previos– dejó de existir porque la democracia está en crisis, no satisfizo sus promesas, se perdió la esperanza y se perdieron los horizontes de movilidad social ascendente. Citando a Álvaro García Linera, esta nueva época se parece bastante a la de entreguerras: a una época de fanatismos, de inestabilidad, donde se dieron los ascensos clásicos de la extrema derecha. Eso no quiere decir que la extrema derecha actual se parezca a aquella.
–¿Cuáles son las diferencias?
–Es mucho más sofisticada. En Europa, si se busca un rasgo común de toda esa extrema derecha, hay solo uno que es la xenofobia y la islamofobia. En los demás aspectos, no tienen la misma política económica ni las mismas alianzas geopolíticas (algunos se inclinan más hacia Estados Unidos y otros se inclinan más hacia Putin). Ni siquiera tienen la misma posición hacia el tema de género porque en algunos países, por ejemplo en Francia, la islamofobia es mayor que el antifeminismo, con lo cual Marine Le Pen hizo una alianza con algunas feministas para tratar de aumentar sus denuncias hacia los musulmanes. En Alemania, una de las lideresas de la extrema derecha es lesbiana y adoptó chicos africanos. No todo es tradición, familia y propiedad. Diría que ni siquiera Milei es tradición, familia y propiedad.
–Victoria Villarruel probablemente, sí.
–O lo que representa Benegas Lynch. Propiedad, sí, ése es el punto de ellos, el primer punto del Pacto de Mayo que se firmó en julio. Por eso, yo digo en la introducción del libro que no hay nada más falso que hablar de anarcocapitalismo. Un gran escritor llamado Friedrich Engels escribió un libro llamado El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado. No existe propiedad privada sin Estado. ¿Por qué? Para que tu casa sea tuya hay una ley que dice que si vos compraste es tuya. Nunca hubo propiedad privada sin Estado ni nunca la habrá. Si no hay Estado, no hay fuerza de seguridad. Y las fuerzas de seguridad se pagan con los impuestos. No hay propiedad privada sin impuestos. Todo esto se concatena con otra mentira, que es que están a favor de la libertad. Están en contra de la libertad de los inmigrantes, están en contra de la libertad de la orientación sexual (porque el biógrafo de Milei dice que los homosexuales son enfermos), están en contra del divorcio, están en contra de la libertad de expresión (porque jamás defendieron la libertad de expresión de alguien que pensara distinto de ellos). Están solo a favor de la libertad de movimiento de los grandes capitales.
– ¿Se puede hablar de una derechización de la sociedad?
–Hay una complejidad. Por un lado, una parte importante de la gente votó a Milei porque fue el único candidato que dijo que iba a terminar con la inflación. Si hoy le preguntás a la gente si Milei quiere terminar con la inflación, te responde que sí; si preguntás por el peronismo, no se sabe. Si vos votás para que se termine con la inflación, es un voto muy razonable. Eso no significa que vos seas de ultraderecha. Todos –no solo los que votaron a Milei– estamos viviendo en un sociedad cada vez más individualista, menos solidaria, que jerarquiza menos lo común, el espacio público, la solidaridad con los más humildes, que tiene menor compasión con los que sufren. Esta sociedad está tolerando cosas que no se podían tolerar.
–¿A qué se debe esa tolerancia?
– Es un fenómeno global que está vinculado a un montón de procesos. No hay un proceso de solidaridad profundo con quienes están siendo despedidos o con los trabajadores que nunca estarán dentro del convenio. Eso no está desvinculado de procesos económicos de desestructuración de la vida social, de decadencia de la escuela pública por un proceso de desfinanciamiento de largo plazo y de procesos tecnológicos como los que llamamos la smartphonización de la vida social.
–¿No hay también una reacción frente a ciertos avances de derechos?
–Sí, los pequeños avances de los sectores subalternizados para no ser tan desiguales han tenido una reacción conservadora brutal que se está desplegando de una manera siniestra a través de una venganza.
–¿Piensa que recién le empezamos a prestar atención a los grupúsculos de extrema derecha a partir del atentado contra Cristina Fernández de Kirchner en septiembre de 2021?
–Creo que visto retrospectivamente el atentado contra Cristina es parte de todo esto que estamos describiendo. Parte de esta desestructuración de la esfera pública, de la vida social, de la radicalización de grupos, el fanatismo, del incremento de la violencia, y evidentemente hubo un milagro. Yo soy de los que creen que podría haber existido una guerra civil. Se iban a desatar niveles de violencia inusitados para la historia argentina e iba a quedar un legado catastrófico. Estados Unidos está acostumbrado a que se asesinen presidentes lamentablemente para ellos. Pero nosotros, que hemos tenido episodios de violencia siniestra en nuestra historia, hasta ese momento habíamos vivido el período menos violento en términos políticos de nuestra historia, y lo seguimos viviendo porque milagrosamente esa bala no salió. Acá hubo un genocidio, acá se bombardeó la Plaza de Mayo, acá se armaron grupos civiles contra sindicatos, acá hubo fusilados en José León Suárez, se fusiló al General Valle. Cuando vas a otro país de América Latina ves que en procesos electorales se asesina a un candidato, y acá esto no sucede desde 1983. Eso es una conquista de la sociedad argentina.
— Se habla de la destrucción de la esfera pública, pero estamos ante líderes como Milei o Trump que hacen de las redes sociales su plataforma de gobierno…
–La esfera pública puede ser el Parlamento, la televisión o las redes, pero la esfera pública no se puede constituir de insultos. No son dos hinchadas en una cancha de fútbol viendo quién grita o insulta más al otro. Una esfera pública es que el peronismo presente su plan de bajar la inflación sin injusticia social y una alternativa política a ésta, que nunca la presentó, y entonces quede en plano dos modelos de país. El peronismo se la pasó diciendo que había dos modelos de país pero en este momento está callado sobre su propio modelo. Eso también termina contribuyendo a la destitución de la esfera pública. Es fundamental que surja una nueva canción en el sentido de nuevas ideas con nuevos lenguajes y nuevas palabras, no va a ser volviendo a ningún momento idealizado del pasado que se va a solucionar el problema de la Argentina, sino que va a ser con ideas que respondan a las demandas de los argentinos hoy que están inexorablemente vinculadas a que el Estado tiene que producir hoy un grado de certidumbre.
— Si fracasa el experimento Milei, ¿cómo va a salir la sociedad?
— Cada año es más difícil resolver los problemas de la Argentina. Va a llevar tiempo. Va a ser un proceso largo. Dentro de estas nuevas ideas y nuevos lenguajes también vamos a tener que inventar nuevos usos de las tecnologías y otras percepciones acerca del otro y de la comunidad. No lo digo en un sentido romántico sino en una manera en la que podamos construir percepciones de la comunidad que generen procesos de solidaridad también en términos de entender esa vieja frase de que nadie se salva solo, de que es imposible que vivas bien en una sociedad que vive mal. Ahí hay algo para reconstituir.
–¿Qué rol jugó la pandemia en la desestructuración?
— Fue muy importante por muchas razones. Primero, vino a producir un estallido de incertidumbres. Se abrió una disputa de sentidos sobre la pandemia. Yo fui asesor del gobierno en esa época y mi posición era que había que hacer una cuarentena intermitente porque la posibilidad de pasar todo el 2020 encerrados era inexistente y los que no murieran por Covid iban a morir de miseria. En 2020 se rompió algo. Cuando yo propuse en abril de 2020 hacer una cuarentena intermitente, me dijeron: “Estás equivocado, Alberto tiene el 82 por ciento a favor en las encuestas. Cuarentena, cuarentena y cuarentena”. Es obvio que yo tenía razón y los demás cerraron los ojos y miraron encuestas para tomar decisiones, que es un gran error de la política profesional. Esa situación fue aprovechada por una extrema derecha emergente que salía a hacer marchas anticuarentena, quemaba barbijos. Yo estoy en desacuerdo con el relato que hacen los protagonistas del gobierno anterior de que “bueno, tuvimos mala suerte, cayó la pandemia y después la sequía”. No tengo duda de que tuvo mala suerte el gobierno anterior. Creo que afrontó mal los desafíos y siempre afrontó mal la política económica. Para reconstituir las nuevas canciones, hay un capítulo central que es la honestidad intelectual.
— ¿Además de la política económica, no hay que decir que funcionó mal la política pura y dura del gobierno anterior?
— Eso es evidente. Yo creo que hay dos cosas que uno podría aprender del fracaso del gobierno anterior. La primera, nunca llegues ni te postules a la Casa Rosada si no tenés un plan económico integral, serio y consistente. Es mejor perder las elecciones que llegar sin saber qué hay que hacer con la economía. Segundo, nunca te presentes ni llegues a la Casa Rosada sin un plan de funcionamiento político con un método político de toma de decisiones, que sea transparente frente a la decisión. Si hay gobierno sin método, puede pasar lo que pasó en el gobierno anterior, y eso es muy dañino para la Argentina.
–¿Cómo impacta en quien acompaña al peronismo o al progresismo la denuncia de Fabiola Yáñez por violencia de género contra Fernández?
–Había una sensación de orfandad entre la militancia, los votantes y los cuadros medios antes de estas denuncias. Alberto hablaba y nadie lo iba a escuchar porque no tenía sentido escucharlo desde hacía mucho tiempo. Massa no hablaba y Cristina hablaba de manera episódica con una potencia que se redujo drásticamente respecto de los momentos de sus grandes discursos cuando era oposición a Macri. A partir de las denuncias contra Alberto, hay una sensación más extrema: de desolación. Para los que votamos, militamos, somos cuadros de algún nivel en ese espacio, lo que hizo Alberto Fernández se asemeja muchísimo a clavarnos un puñal por la espalda. Antes de las denuncias de Fabiola, yo tenía la duda de si había trabajado para una persona incapaz o para una persona corrupta.
–¿Por qué?
–Por la denuncia de los seguros. Alberto hizo toda su campaña de “volver mejores” diciendo que hubo problemas de corrupción pero que con él eso no iba a pasar. Nunca pensé en la posibilidad de que había trabajado, apoyado y votado a una persona que podía caer tan bajo como para violentar a su compañera durante años en las situaciones más espantosas que uno puede imaginar. Destruyó el contrato electoral. Esto es lo peor que le pasó al espacio democrático-popular desde que volvió la democracia.
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