Con el de arriba nervioso | Opinión
Desde Jacksonville, Florida
Cuando el 4 de diciembre de 2024 se informó del asesinato del CEO de UnitedHealthcare en una calle de Nueva York, camino a una convención de inversores, los medios comentaron sin cesar sobre el brutal crimen de una persona importante. Poco después, ocurrió un fenómeno que puso nervioso a más de un millonario y desconcertó al resto. El asesino se convirtió en una especie de Zorro justiciero. Cuando se supo que la bala que lo había matado tenía la inscripción Delay, Deny, Defend (Retrasar, Negar, Defender) ya no quedaron dudas. El asesino había actuado por venganza contra la práctica más conocida y odiada de las mafias de los lobbies de la salud, de la “industria de seguros de salud”, un oxímoron triple.
UnitedHealth Group está valuado en 500 mil millones de dólares, más que toda la economía de Colombia. En 2009, un estudio de Harvard concluyó que “45.000 personas mueren cada año a causa de la industria de seguros médicos privados”. Eso pasa cuando una necesidad básica deja de ser un derecho para convertirse en un negocio.
La imprevista reacción popular, que tiene un antecedente en otro período de obscenas diferencias sociales (la Edad de Oro antes de la Gran Recesión de finales del siglo XIX) puso nerviosos a muchos. La justicia reaccionó de la misma forma que entonces: no acusó a Luigi Mangione de asesinato, sino de terrorismo.
Ninguna de las orgías anteriores compite con la actual. Elon Musk, el elegido por nadie, ha comprado medios de manipulación masiva, como Twitter y presidentes como Trump, a quien le donó 250 millones de dólares para su campaña electoral. Trump le retribuyó con un cargo de poder extremo, aparte del que ya tenía con su compañía de satélites, apoyada por la CIA. Desde las alturas de ese poder (y desde sus noches bajo los efectos de las drogas) Musk, el hijo del apartheid de Sud África, el inmigrante más peligroso de Estados Unidos, fue nombrado como Jefe del Department of Government Efficiency. Según Musk, hay dos medidas para solucionar los problemas del país: deportar a los inmigrantes pobres (no blancos) y recortar los seguros sociales para la clase trabajadora.
Un paso más hacia el Gran Quiebre. Las crisis económicas son un invento del capitalismo (antes eran por factores externos a la economía), pero es lícito sospechar que también son parte del plan de saqueo a las clases trabajadoras. Las crisis son grandes inversiones para los millonarios (los únicos capitalistas), por las cuales siempre compran todo a precio de necesidad; luego de una pérdida inicial, en menos de diez años multiplican sus capitales y su poder político.
Hasta que se les va la mano, como en 1929, y más que una crisis producen una depresión, la que suele levantar a los de abajo y forzar cambios políticos e ideológicos que luego llaman radicales.
Pero ¿qué más radical que el capitalismo? Un trabajador de la construcción en Estados Unidos, trabajando seis días a la semana, bajo el sol en verano y sobre la nieve en invierno, necesitaría 45 millones de años para ahorrar la fortuna que Elon Musk amasó en menos de veinte años. Eso si no se endeuda antes. Hace 45 millones de años, los Himalayas todavía no existían y todavía faltaban más de 44 millones de años para que los Homo sapiens comenzaran a caminar por el continente africano.
El sistema que produce esta pornografía no es nuevo. Es el mismo que existía hace cien años en Europa y Estados Unidos: una persecución feroz de la oligarquía contra las tradicionales organizaciones de trabajadores y los reclamos de seguridad social- zurdos.
En Estados Unidos, hace cien años, sindicatos obreros y parte de la iglesia católica (irlandesa) habían ganado la opinión pública (no la política) sobre la necesidad de un salario mínimo, de un seguro de desempleo y de la prohibición del trabajo infantil. Las diferencias sociales promovidas desde Wall Street (el mayor centro de acumulación de capitales desde la esclavitud) alcanzaban máximos históricos. En ambas márgenes del Atlántico norte, el fascismo comenzó a seducir a las masas insatisfechas que sentían el problema y sus frustraciones, pero no las comprendía. Todo terminó de la forma más conocida por la historia.
F. D. Roosevelt echó mano a lo que se supone es la primer forma de prevenir estos problemas: políticas sociales (socialistas, según críticos de entonces), como la creación del Seguro Social, de subsidios para los de abajo, del reconocimiento al derecho a huelga y de la intervención del Estado en la economía a través de obras públicas. Funcionó, aunque el sistema que había provocado la catástrofe sobrevivió. Todo lo contrario a las recomendaciones de austeridad (“sinceramiento”) prescritas por el FMI para las colonias.
Europa procedió de forma similar, con fuertes intervenciones de los estados, desde la Alemania nazi hasta la comunista Unión Soviética. En ambos casos, resultó en éxitos económicos, aunque el resto de la historia no fue igualmente brillante. Estados Unidos e Inglaterra debieron tragarse sus simpatías por Hitler y aliarse a Stalin cuando la Unión soviética comenzó a mostrar signos de una fulminante contraofensiva a la invasión alemana.
Las obsesiones del capitalismo, ahora desenfrenado, se vuelven a repetir con las mismas características de hace un siglo. Cada generación tiende a olvidar, no sólo la historia sino el dolor de sus abuelos que debieron atravesar por traumas nacionales y globales. Las nuevas generaciones tienden a ser insensibles a las tragedias de los abuelos. Más aún si el desprecio a la educación, a la cultura y al pensamiento crítico están de moda.
¿Será que el péndulo de la historia cambia de dirección cada tres generaciones? ¿Será que cada generación que aprecia la civilidad, el valor de la solidaridad y la empatía, es precedida por una que sufrió su destrucción, precedida a su vez de otra que la despreció?
Estamos en esa generación del desprecio, orgullosa del mito más perverso de la historia: “el desenfrenado egoísmo del individuo es beneficioso para la sociedad”. Generación que será seguida por la crisis, el fascismo y luego la rebelión de los de abajo.
Ahora, ¿cómo es posible que la mayoría adopte, con tanta pasión y convicción, las ideas de una minoría? La respuesta ya la dio Marx: “Las ideas de la clase dominante son las ideas dominantes de cada época”. La clase dominante también posee los medios de financiación, los medios políticos y los medios de comunicación. Así ha sido desde la Antigua Roma, desde los sermones de los sacerdotes que interpretaban la Biblia para una congregación de analfabetos en las ricas catedrales financiadas por los señores feudales, hasta sus herederos, los liberales, que eran dueños de la imprenta, luego de la radio, luego de la televisión, luego de Internet, luego de las redes sociales, luego de la inteligencia artificial…
Si algo está claro es que este sistema no tiene futuro. Su única estrategia es prolongar la agonía de los de abajo y el champagne de los de arriba hasta donde sea posible.
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