“En San Juan no estamos todos, falta Sergio Guerrero”: un abrazo simbólico a la familia del niño que desapareció en Ullum y un eterno pedido de justicia
Un domingo que prometía ser una jornada de fiesta terminó siendo una verdadera tragedia para una familia de Ullum, cuando uno de sus integrantes, un chico de 13 años, desapareció misteriosamente sin dejar ni un sólo rastro. Ya pasaron 22 años de aquel día, y el recuerdo sigue vigente. Este último viernes, en la plaza que está a un par de cuadras del descampado donde desapareció Sergio Guerrero, la Red de Infancia Robada Foro San Juan conmemoró las casi dos décadas de lucha incansable y fe de la familia del joven.
Bajo el lema “En San Juan no estamos todos, falta Sergio Guerrero”, una multitud se reunió para apoyar a los Guerreros, quienes aún mantienen la fe en la búsqueda de justicia y la aparición con vida del adolescente.
De la movilización participaron Macarena Medrano y Carlos Vega,quienes interpretaron “Cambia todo cambia” y “Solo le pido a Dios” de Mercedes Sosa.
El encuentro terminó con un abrazo a Antonia y su familia, quienes recibieron mensajes de aliento de todos los que se dieron cita.
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El caso de Sergio Aguirre sigue conmoviendo a todos. El chico desapareció el 11 de agosto de 2002, cuando se había dirigido al fondo de su casa para cazar perdices. En medio de la conmoción por el caso Loan, su mamá, Antonia Molina dio una entrevista a Tiempo de San Juan recordando aquel día y contando un poco cómo es su lucha diaria, con un hijo al que no deja de buscar.
“Con lo de Loan se me revivió todo, porque es exactamente la misma historia. Nada más que con Loan parece que hay culpables, supuestamente tienen culpables o tienen sospechosos. Del caso de mi hijo ni eso, ni eso hizo la Justicia”, expresó la mujer.
Dicen que no hay dolor más grande que el de perder a un hijo y ella lo sabe y lo siente así, aunque nunca supo qué pasó con Sergio y su caso esté inmerso entre preguntas y silencios. Recordó que esa fatídica tarde en la que un festejo por el Día del Niño se transformó en una pesadilla, estaba adentro de su casita de adobe, bañando a sus otros dos hijos, y que Sergio, quien estaba jugando solo en el fondo de su casa, colindante a una plantación de ciruelas, le había dicho que iba a ser el último en entrar al baño. Aquel fue el último diálogo que tuvo con su hijo. “Cuando terminé de bañar a los niños, salí a buscarlo. Le grité ´Sergio´, pero él ya no me contestó”, cuenta la mujer.
Sergio era un niño “libre”, dice su mamá. A sus 13 años conocía prácticamente todo Ullum. Andaba de aquí para allá jugando o haciendo changas. Le gustaba limpiar veredas para ganar unos pesos y dárselos para la comida del día. Por eso, para nadie fue una sorpresa que ese día desapareciera de un momento a otro. Sin embargo, para Antonia no todo estaba bien. “Yo no quería ir al chocolate, pero mis hijos me insistieron. Me decían que el niño estaba con su abuela. Y terminé yendo, pero a los 15 minutos me devolví. No me pregunten nada del festejo, porque yo en realidad no estaba ahí. Yo pensaba en mi hijo, yo estaba inquieta y quería buscarlo. Tenía una corazonada, sabía que algo no estaba bien”.
Al chico lo buscaron por todos lados, por tierra y por aire, y no apareció. La familia vivía a unos 5 kilómetros de la comisaría y en aquella época, la Villa Santa Rosa estaba prácticamente rodeada de pastizales y plantaciones. Ellos apenas tenían una bicicleta de niño, con la que se movilizaban y salían a comprar los más chicos. No tenían otra movilidad como para salir a buscar ayuda. Antonia estuvo a punto de salir a pie hacia la comisaría, embarazada y a punto de parir, hasta que llegó el padre del niño.
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“Le venía a traer una palomita para que la curara, porque cuando Sergio encontraba un animalito herido, lo curaba y lo cuidaba. Entonces le exclamé al padre que el niño estaba con él, pero él me dijo que no. Le pedí que vaya a la comisaría a poner la denuncia y no quería ir, me decía que ya iba a volver, que Sergio era andariego y que iba a regresar. Pero no, le respondí que él ya hubiese vuelto, que nunca estaba tantas horas fuera de la casa. Por eso le dije que yo iba a ir a la comisaría y que también lo iba a denunciar a él. Pero al final fue, pero no le quisieron tomar la denuncia porque tenían que pasar entre 48 y 72 horas. Y fue así, le tomaron la denuncia cuando quisieron. A las 24 horas mi casa estaba llena de policías y periodistas, y yo perdí la noción del tiempo, la noción de todo”, recuerda la mujer.
Para Antonia y su familia fue todo desesperación desde entonces. Aquella mamá que dedicaba su tiempo a criar a sus 12 hijos, a las changas y quehaceres del hogar pasó a estar al cuidado de su hermana, a tomar calmantes para poder dormir y vivir como podía. “Estaba sumida en mi angustia, en mi dolor”, confiesa. Un dolor que se recrudeció cuando la Justicia puso la lupa en ella, en una madre que lloraba todos los días a su hijo.
Desde vecinos hasta la Policía y Gendarmería. La búsqueda del chico movilizó a un centenar de personas, pero sin éxito alguno. Apenas se encontró una zapatilla cerca del río que terminó siendo un misterio: nunca se la peritó ni se supo si pertenecía al menor o no. Sergio desapareció sin dejar rastros y cuando su madre, dos años después, fue a pedir que reabran la causa que había quedado prácticamente archivada, el juez, según ella, le explicó que lo último que podían hacer por su hijo era allanar su propia casa: “Le dije que hagan lo que quieran. Fue así que un día llegué a mi casa y estaba toda revuelta… Yo los he criado a todos trabajando día a día. Dejé de comer, de vestirme, para darle todo a ellos. Mis hijos eran todo y son todo para mí. Y me dolió que me juzgaran, me dolió que digan que yo presuntamente lo maté y lo tiré a un pozo. Cómo podría hacer eso con mi propia sangre. Cómo podría haber vendido a mi hijo, como dijeron, y estar viviendo en las condiciones que vivo ahora”.
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