Islamofobia en Argentina | Opinión
El 15 de marzo del año 2019 ocurrió uno de los peores atentados en la historia de Nueva Zelanda: un terrorista mató a 50 devotos en una mezquita mientras rezaban. El asesino resultó no tener problemas de salud mental y se probó que no fue una reacción espontánea, sino la expresión más espantosa de odio.
En consecuencia, el 15 de marzo fue declarado por las Naciones Unidas “Dia internacional en la lucha contra la islamofobia” en pos de prevenir la hostilidad contra los musulmanes. Uno podría argumentar que esta fecha no es tan relevante para la Argentina porque aquí no hubo ningún atentado, ni hay una persecución contra los que predican este credo. Es cierto, gracias a Dios, que no fuimos blanco de un hecho de violencia y además gozamos como los seguidores de cualquier otra religión del derecho de ejercer libremente nuestra fe. La Constitución Nacional de la República Argentina ha establecido ya desde el año 1853 la libertad de culto. Esto representa un enorme avance que merece ser destacado porque lastimosamente aun en el siglo XXI hay sociedades que no han reconocido la libertad religiosa como un derecho básico. Por otro lado, es primordial distinguir entre la teoría y la realidad en una sociedad: reconocer algo constitucionalmente es el primer paso, pero no significa el fin de un proceso ni garantiza su cumplimiento.
Vivo ya hace varios años en este país con mi familia, en lo personal no percibo una islamofobia institucional ni un rechazo hacia el islam. Esta impresión podría ser el resultado de una comparación permanente con aquello que viví como niño y joven en Europa o dado el hecho de que aquí la comunidad musulmana no tiene la misma relevancia política que posee en el viejo continente. No obstante, hay aquí como en el resto del Occidente ciertos malentendidos que obstaculizan el diálogo y el respeto mutuo.
Como musulmán quiero responder a algunas distorsiones que suceden en nuestro nombre y, a su vez, dar una voz a los miles de musulmanes que habitamos en Argentina y observamos en nuestra vida cotidiana ciertas acusaciones falsas atribuidas a nuestro credo. Como teólogo avalo cualquier debate intelectual y pensamiento crítico sobre cuestiones religiosas o seculares, pero no usemos la libertad de opinión como una licencia abierta para fabricar una imagen dañina contra un grupo. Así que, en nombre de todas estas voces, que muchas veces son ignoradas y silenciadas sin tener la posibilidad de desmentir los falsos prejuicios, quiero dar testimonio de que el significado literal de nuestra religión en árabe es “paz”, y que el objetivo principal de nuestra fe es mejorar nuestra relación con el Creador y con toda su creación. Profesamos una religión que rechaza en su totalidad la violencia y establece la santidad de la vida de cada ser humano, sin distinción de su etnia o su confesión. Profesamos una religión que garantiza la libertad de creencia y la manifestación del libre albedrio. Profesamos una religión que incluso en un estado de guerra no permite el castigo colateral ni el ataque contra personas civiles. Nuestro “Yihad” no consiste en la guerra santa contra los infieles, sino en la lucha contra el propio satanás que cada uno de nosotros lleva dentro de sí. No gritamos “Allahu Akbar” (Dios es grande) para causar desorden y discordia en la tierra, sino como llamamiento hacia la espiritualidad y la fraternidad universal.
Sin embargo, considero que la islamofobia no es el origen, sino tan solo un síntoma del problema. La raíz de la enfermedad que envenena la convivencia armónica en nuestras sociedades pluralistas es el odio. Si esta semilla de odio se desarrolla, sin ser detectada a tiempo, termina convertida en un árbol de agresión y violencia, cuyas ramas se manifiestan algunas veces como islamofobia, otras veces como judeofobia, como cristianofobia o como diversas expresiones de xenofobia y discriminación.
Tanto nuestra situación actual en el país como las relaciones internacionales (especialmente en el Medio Oriente) requieren de un análisis más profundo y un esfuerzo conjunto en la lucha contra el odio. Decía Albert Einstein que es más fácil romper el núcleo de un átomo que destruir un prejuicio. Así que, el primer paso podría consistir en buscar el diálogo y enfatizar las similitudes en vez de las diferencias. El Sagrado Corán enseña que Dios no cambia el estado de un pueblo hasta que el pueblo mismo no cambie. Por ello, no esperemos un milagro del cielo, seamos nosotros mismos el milagro y luchemos contra el odio con nuestro propio ejemplo de amor, sabiduría y perseverancia.
*Iman y presidente de la Comunidad Musulmana Ahmadia en Argentina.
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