La patria no es el otro, el amor no vence al odio
La alteración de las tradicionales consignas no es una simple reversibilidad de enunciados. Pensar que la patria es el otro supone que se pueden intercambiar diferentes puntos de vista y, sobre todo, respetar visiones diferentes. El otro es un semejante con el que se puede hablar, argumentar, oponerse y enfrentarse. Juntos se puede hacer comunidad.
La patria no puede ser el otro si existe sospecha de la vocación de eliminación. Y si, ese otro desde hace décadas, se obstina en promover la destrucción y el aniquilamiento de mi propia fuerza. La política se trata de mecanismos para la organización y distribución del poder en la sociedad. Ya sea económico, simbólico o político. No se puede pensar en términos de benefactores o de bienhechores. Se trata de ejercer el poder. La derecha argentina lo sabe desde hace mucho tiempo y lo ejerció con violencia, con trampas y artilugios variados. Sostenidos siempre por la justicia y los medios hegemónicos. Ahora le agregaron la tecnología a través de las redes. Así, manejan audiencias y voluntades. Inoculan odio, gestos y discursos de odio. Hacia el peronismo, el kirchnerismo y, en general, hacia los pobres. Y han tenido éxito.
No hay otro, lo que hay es otro que ejerce un poder y que busca un poder omnímodo. Totalitario. Ese otro no reconoce a nadie que no sea él mismo y está dispuesto a aniquilar a aquello que se presenta como diverso. En cualquier orden.
Los resultados están a la vista. Cuando se trata de poner en acción a la actual democracia a través del debate de sus leyes, se termina vallando el Congreso, infiltrando policías, reprimiendo a los manifestantes e inculpándolos por más de quince delitos, entre ellos el de sedición. La cacería indiscriminada tiene una vocación aleccionadora. La jueza de 87 años podrá seguir imponiendo penas para los manifestantes que ejercieron un derecho constitucional.
El rigor del ejemplo busca operar como mecanismo de parálisis. Macri y Bullrich conocen mucho del tema. Pero es difícil de imaginar que funcione en una sociedad que atravesó las penurias que pasó Argentina a lo largo de los años. No es la primera vez que se puso a la Argentina de remate. Quizás sea la primera vez que es tan categórico y contundente el interés de malversar el patrimonio nacional.
La velocidad que tiene la justicia para imputar a manifestantes contrasta con la lentitud para llevar adelante el juicio por intento de magnicidio contra la expresidenta. La justicia de la ciudad hace un pase mágico y la causa termina siendo federal. El recuerdo del funcionamiento del Camarón creado por Lanusse en los ’70 se impone.
Nadie buscó a los responsables de las bolsas mortuorias arrojadas frente a la Casa Rosada o las guillotinas que se blandieron. Sólo después del intento de asesinato conocimos detalles. Algunos escalofriantes. Como que la familia del actual ministro de economía, Luis Caputo, formaba parte de quienes financiaron a los instigadores y ejecutores de la frustrada tentativa. Un apellido que se multiplica en otros funcionarios. Todos de máximo nivel.
La violencia y su ejercicio indiscriminados no son nuevos. Desde fines del 2015 y hasta 2019 asistimos a la vertiginosa puesta en funcionamiento de dispositivos altamente sofisticados y eficaces para debilitar a la oposición. Ahora vuelven más rebuscados, pero son los mismos. Es inconcebible que un movimiento político que tiene la historia de persecución y muerte como el peronismo crea que se puede domesticar a aquellos que sólo les interesa el aniquilamiento del otro.
Desde hace rato, no solo en nuestro país sino en una buena parte del mundo las democracias se han convertido en regímenes insatisfactorios e inoperantes. Se imponen condiciones desfavorables a los más débiles y se extraen beneficios inconmensurables para los más ricos y poderosos. El diálogo y el intercambio razonado de posiciones han quedado en el desván de los recuerdos.
El actual presidente anarcocapitalista ha demostrado en más de una ocasión su falta de condición para el ejercicio del cargo, sin embargo, no hay mecanismos a la vista para que se pueda alterar el horizonte. Y no es sólo que el círculo rojo del poder le haya dado la luz verde. Una buena parte de los dirigentes políticos lo ven como un bufón excéntrico o una rara avis pero no están dispuestos a sacárselo de encima. Crean alianzas, coaliciones y complicidades.
El libertario junto a su hermana y un grupo ultraminúsculo demuestra una vocación que no será fácil de torcer. Actúan como una banda destinada a promover el beneficio propio y el mal para las mayorías. Ya hay denuncias ostensibles de corrupción en diferentes áreas del Estado. Seguramente no avanzarán y dormirán en los cajones del poder judicial. Aquí se impondrá la lentitud y la pereza. La institución judicial sabe del manejo del tiempo. Como una buena parte de la sociedad que le da un cheque en blanco a su propio verdugo.
La experiencia de la extrema derecha en el poder es novedosa. La del anarcocapitalismo no reconoce antecedentes efectivos en la historia. Italia, Hungría o Polonia, por poner solo ejemplos, tienen gobiernos de extrema derecha, pero cuentan con la presencia y la necesidad del Estado.
Durante la dictadura hubo personajes que harían una rima perfecta con Milei. Lo mismo durante el menemismo y el macrismo. La novedad es que hay una melodía que se escucha con más intensidad en el mundo, hizo eco aquí y tiene seguidores.
El odio a las minorías, el ejercicio de la crueldad, la ampliación de la pobreza y la desocupación, la instigación de la venganza, son dispositivos que se extienden en el planeta. No es el amor el que se esparce alegremente. No se plantea más “hacer el amor y no la guerra”. Por eso la consigna “el amor vence al odio” es vacua o cuanto menos religiosa. Pero no puede ser política.
El presidente quiere destruir al Estado. Aniquilarlo. Se anuncia como un topo ¿Podemos pensar que sólo se puede ofrecer la otra mejilla como acto amoroso?
* Semiólogo, especialista en análisis del discurso.
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