Rastreador Calívar, ¿mito (de Sarmiento) o realidad?
Todos los sanjuaninos escucharon su nombre alguna vez, debido a la populosa calle de Rivadavia. Rastreador Calívar está presente en el imaginario colectivo de la provincia, pero no muchos conocen su historia y su particular trabajo, prácticamente extinto en la actualidad. Hay tantas anécdotas como interrogantes sobre su vida, pero una duda predomina hasta la fecha: ¿existió o fue un mito creado por un tal Domingo Faustino Sarmiento?
Su nombre aparece en Recuerdos de Provincia y Facundo, libros del prócer. El ‘Maestro de América’ era un joven cuando habría conocido a dicho personaje. Rastreador Calívar, o Calíbar según algunas publicaciones de la época, era un anciano y llevaba más de 40 años en el oficio. Gaucho, de tez trigueña, canoso, barbudo y siempre con la mirada cabizbaja debido a su vocación. Fue un arriero que leía la huella de los caballos, capaz de reconocer las características de los equinos por las hendiduras de las herraduras y hasta el paso de los jinetes.
Las huellas le permitían saber todo sobre los animales y los hombres que los montaban. Las contexturas físicas, los años, las nacionalidades, y si se detuvieron a beber agua o si estaban apurados. Por este motivo, Rastreador Calívar fue descrito como una verdadera eminencia. Un hombre muy habilidoso, destacado y respetado en su trabajo. Era tan distinguido que fue un gran consultor de la justicia. Lo llamaban para adivinar el rastro de prófugos y delincuentes. Hasta aseguraron que marcó un antecedente en las brigadas de investigaciones.
Según el relato de Sarmiento, el rastreador murió en 1837. Pero aquí aparecen las grandes dudas sobre su vida. No hay documentos que avalen la existencia del arriero, contó el historiador Eduardo Brizuela. Hasta la actualidad, los investigadores no encontraron partidas de nacimiento ni actas de defunción con su nombre.
Hay varias teorías relacionadas con el presidente argentino entre 1868 y 1874. Los testimonios de la época pensaron que fue una creación de Sarmiento para reivindicar a su padre Clemente. El progenitor fue un trabajador temporario, quien viajaba a Chile para traer ganado durante los meses de calor y descansaba en el invierno por los impedimentos climáticos. Mientras tanto, Paula Albarracín sostenía a la familia a través del telar. “Sarmiento fue muy madrero, y veía a su padre como un vago”, dijo Brizuela.
Rastreador Calívar fue una proyección de Sarmiento, contó el historiador. Habría “creado” al arriero para idealizar a su padre. Rastreador Calívar fue una proyección de Sarmiento, contó el historiador. Habría “creado” al arriero para idealizar a su padre.
“Donde ponía el ojo, ponía la certeza”
Así decían los escritos sobre el arriero. Su vista de águila le permitió adivinar todo tipo de huellas, hasta las más indescifrables. Pero además de ser una eminencia, Calívar fue un obsesivo. Podían pasar años y continuaba investigando un caso imposible -o casi, para él- de resolver.
Una narración de Sarmiento lo explica a la perfección: “Se cuenta de él, que durante un viaje a Buenos Aires le robaron una vez su montura de gala. Su mujer tapó el rastro con una artesa. Dos meses después, Calíbar regresó, vio el rastro, ya borrado e inapercibible para otros ojos, y no se habló más del caso. Año y medio después, Calíbar marchaba cabizbajo por una calle de los suburbios, entra a una casa y encuentra su montura, ennegrecida ya y casi inutilizada por el uso. ¡Había encontrado el rastro de su raptor después de dos años!”.
Viejo zorro, nada lo detenía ni mucho menos lo vencía. Hay otra historia en Facundo, cuando el rastreador ya era anciano y un preso condenado a muerte se fugó de la cárcel: “Calíbar fue encargado de buscarlo. El prófugo aprovechaba todos los accidentes del suelo para no dejar huellas; cuadras enteras había marchado pisando con la punta del pie; trepábase en seguida a las murallas bajas, cruzaba un sitio y volvía para atrás; Calíbar lo seguía sin perder la pista. Al fin llegó a una acequia de agua, en los suburbios, cuya corriente había seguido aquél para burlar al rastreador… ¡Inútil! Calíbar iba por las orillas sin inquietud, sin vacilar”.
La anécdota tiene un final trágico. El arriero dio con el prófugo en unos parrales. Posteriormente los soldados lo atraparon y lo ejecutaron al día siguiente.
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