Su hijo salió al fondo y no volvió más: una búsqueda de 22 años que no resigna y un dolor que se reaviva con el caso Loan
“Con lo de Loan se me revivió todo, porque es exactamente la misma historia. Nada más que con Loan parece que hay culpables, supuestamente tienen culpables o tienen sospechosos. Del caso de mi hijo ni eso, ni eso hizo la Justicia”, expresa entre lágrimas Antonia, mientras abraza la última foto que tiene de su hijo Sergio, de cuando el menor tenía 8 años y toda una vida por delante.
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Dicen que no hay dolor más grande que el de perder a un hijo y ella lo sabe y lo siente así, aunque nunca supo qué pasó con Sergio y su caso esté inmerso entre preguntas y silencios. Recuerda que esa fatídica tarde en la que un festejo por el Día del Niño se transformó en una pesadilla, estaba adentro de su casita de adobe, bañando a sus otros dos hijos, y que Sergio, quien estaba jugando solo en el fondo de su casa, colindante a una plantación de ciruelas, le había dicho que iba a ser el último en entrar al baño. Aquel fue el último diálogo que tuvo con su hijo. “Cuando terminé de bañar a los niños, salí a buscarlo. Le grité ´Sergio´, pero él ya no me contestó”, cuenta la mujer.
Sergio era un niño “libre”, dice su mamá. A sus 13 años conocía prácticamente todo Ullum. Andaba de aquí para allá jugando o haciendo changas. Le gustaba limpiar veredas para ganar unos pesos y dárselos para la comida del día. Por eso, para nadie fue una sorpresa que ese día desapareciera de un momento a otro. Sin embargo, para Antonia no todo estaba bien. “Yo no quería ir al chocolate, pero mis hijos me insistieron. Me decían que el niño estaba con su abuela. Y terminé yendo, pero a los 15 minutos me devolví. No me pregunten nada del festejo, porque yo en realidad no estaba ahí. Yo pensaba en mi hijo, yo estaba inquieta y quería buscarlo. Tenía una corazonada, sabía que algo no estaba bien”.
Al chico lo buscaron por todos lados, por tierra y por aire, y no apareció. La familia vivía a unos 5 kilómetros de la comisaría y en aquella época, la Villa Santa Rosa estaba prácticamente rodeada de pastizales y plantaciones. Ellos apenas tenían una bicicleta de niño, con la que se movilizaban y salían a comprar los más chicos. No tenían otra movilidad como para salir a buscar ayuda. Antonia estuvo a punto de salir a pie hacia la comisaría, embarazada y a punto de parir, hasta que llegó el padre del niño.
“Le venía a traer una palomita para que la curara, porque cuando Sergio encontraba un animalito herido, lo curaba y lo cuidaba. Entonces le exclamé al padre que el niño estaba con él, pero él me dijo que no. Le pedí que vaya a la comisaría a poner la denuncia y no quería ir, me decía que ya iba a volver, que Sergio era andariego y que iba a regresar. Pero no, le respondí que él ya hubiese vuelto, que nunca estaba tantas horas fuera de la casa. Por eso le dije que yo iba a ir a la comisaría y que también lo iba a denunciar a él. Pero al final fue, pero no le quisieron tomar la denuncia porque tenían que pasar entre 48 y 72 horas. Y fue así, le tomaron la denuncia cuando quisieron. A las 24 horas mi casa estaba llena de policías y periodistas, y yo perdí la noción del tiempo, la noción de todo”, recuerda la mujer.
Para Antonia y su familia fue todo desesperación desde entonces. Aquella mamá que dedicaba su tiempo a criar a sus 12 hijos, a las changas y quehaceres del hogar pasó a estar al cuidado de su hermana, a tomar calmantes para poder dormir y vivir como podía. “Estaba sumida en mi angustia, en mi dolor”, confiesa. Un dolor que se recrudeció cuando la Justicia puso la lupa en ella, en una madre que lloraba todos los días a su hijo.
Desde vecinos hasta la Policía y Gendarmería. La búsqueda del chico movilizó a un centenar de personas, pero sin éxito alguno. Apenas se encontró una zapatilla cerca del río que terminó siendo un misterio: nunca se la peritó ni se supo si pertenecía al menor o no. Sergio desapareció sin dejar rastros y cuando su madre, dos años después, fue a pedir que reabran la causa que había quedado prácticamente archivada, el juez, según ella, le explicó que lo último que podían hacer por su hijo era allanar su propia casa: “Le dije que hagan lo que quieran. Fue así que un día llegué a mi casa y estaba toda revuelta… Yo los he criado a todos trabajando día a día. Dejé de comer, de vestirme, para darle todo a ellos. Mis hijos eran todo y son todo para mí. Y me dolió que me juzgaran, me dolió que digan que yo presuntamente lo maté y lo tiré a un pozo. Cómo podría hacer eso con mi propia sangre. Cómo podría haber vendido a mi hijo, como dijeron, y estar viviendo en las condiciones que vivo ahora”.
El caso de Sergio quedó en el olvido para la Justicia, no para ellos. Antonia cuenta que le llegaron distintas versiones y habla de “guantes blancos”, de “apropiación”. También recuerda las veces que, distintas personas, le “pidieron al pequeño”. “Siempre me dijeron que estaba involucrada gente poderosa, que tenía mucha plata. Pero nadie investigó. Jamás nos hicieron un ADN, jamás peritaron la zapatilla que encontraron. Por eso ruego que el caso de Loan no termine como el de mi hijo. Le digo a su mamá que esté encima de la Justicia y que no se dé por vencida, que nunca deje de buscar a su hijo”, expresa.
Para el Día de la Madre, Sergio juntaba monedas y me regalaba una rosa roja. Así, todos los años. Cuando él se me perdió, nunca más recibí una rosa. Y en mi casa tengo rosas, pero no rojas. Para el Día de la Madre, Sergio juntaba monedas y me regalaba una rosa roja. Así, todos los años. Cuando él se me perdió, nunca más recibí una rosa. Y en mi casa tengo rosas, pero no rojas.
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Abrazada a su foto, aún lo espera
El 1 de octubre próximo Sergio Guerrero cumpliría 35 años. Tenía 13 e iba a una escuela de Ullum cuando desapareció en el fondo de su casa de la Villa Santa Rosa, ubicada sobre calle José Aguilera. Antonia se lo imagina hoy alto, robusto y amable, como cuando era niño. “Sería un hombre hecho y derecho. La imagen que tengo de él es la del día que se fue. Me lo robaron, se fue, no sé lo que hicieron con él. Ahora lo único que yo hago, desde hace años, es aprender a vivir con ese dolor. Ser fuerte, sacar mi familia adelante, llevármela bien con mi pareja, y seguir con nuestros propios medios, investigando como podamos qué pasó con él”, expresa la mamá.
La familia dice que jamás pensó en abandonar la lucha. En 2019 la causa estuvo a punto de reabrirse cuando un joven apareció a través de las redes sociales y aseguró ser Sergio, pero pronto la Justicia desestimó aquella posibilidad porque se trataba de un joven con retraso madurativo que ya había engañado a otras familias.
“Nunca vamos a dejar de buscarlo, de esperarlo. Todos los días le pido a Dios cuando me levanto que me tenga noticias. Cuando me acuesto le pido con la Biblia en la mano que no me cierre los ojos hasta no saber qué pasó con mi hijo. Que aparezca, sea como sea, vivo o muerto, pero que aparezca para yo poderme ir en paz. Y que él tenga un lugar donde los hermanos lo vayan a ver”, pide la mamá.
La esperanza nunca se pierde para Antonia y los suyos. Sobre todo para Antonia, una mujer que sabe de golpes. En 2019 perdió a otra hija a causa de un accidente doméstico. Y sigue en la lucha, por Soledad, por Sergio, por ella y por los que la acompañan a diario.
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Embed – Entrevista completa a Antonia, la mamá de Sergio Guerrero desaparecido hace 22 años en Ullum
Imágenes y videos: Gabriel Iturrieta
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