Arte al servicio de Cupido: la historia de amor que nació en San Juan, entre el cuero y el tejido

Arte al servicio de Cupido: la historia de amor que nació en San Juan, entre el cuero y el tejido

Él golpeaba el cuero con un cincel en uno de los puestos de la Expo Rural que se realizaba a principios de los ’90, en Santa Lucía. Recién iniciado en el mundo de la artesanía, se destacaba por sus trabajos. Justamente, ellos fueron los que llamaron la atención de una joven que recién salía de la Secundaria y se acercó a ese puesto a mirar. Poco después estaban de novios. Pasaron décadas, tuvieron 5 hijos, ella descubrió su habilidad para el tejido y hoy cada uno desarrolla su arte y lo vende en el Paseo de los Artesanos del corazón de la Ciudad. En el Día del Artesano, compartieron su historia de amor.

Daniel Báez tiene 62 años y comenzó su tarea como artesano con sólo 18. Aprendió el oficio a fuerza de prueba y error. “Yo empecé al salir del Secundario, con una pincita trabajando el alambre. Mi viejo me compró las primeras herramientitas y arranqué. Y lo hice solo. Me fui golpeando, golpeando, golpeando y aprendiendo las técnicas. Después fui el primer presidente del Mercado de las Pulgas, en 1983, y desde el año ’90, estamos acá”, relata el hombre que nació en Capital y ahora vive con su familia en Santa Lucía.

Durante sus inicios, conoció el país. Cargaba sus herramientas y una mesita y, a dedo, llegaba a diferentes ciudades a vender sus productos. Pasó los años yendo y viniendo, hasta que Sonia Maturano llegó a su vida.

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“Yo me hice artesana para compartir con él”, reflexiona la mujer. Y relata: “Cuando lo conocí estaba saliendo de la escuela Boero y habíamos ido a una expo con una amiga. Él estaba con otro artesano, que es orfebre, en un puesto. Y mi amiga, que tiene la culpa de todo esto, me dice, ‘vamos a ver a esos chicos que están haciendo una cosas re lindas’. Nos acercamos y lo conocí. No nos separamos más”.

El tiempo pasó, ambos formaron una familia y ella siempre se unió a su pasión. De hecho, lo acompañó en cada puesto y se transformó en su colaborada. Hasta que un día decidió comenzar a crear sus propias artesanías.

“Empecé a tejer hace 21 años. Un día llegó un artesano amigo a casa, un porteño, y se puso a tejer. Yo sabía hacer algunas cosas, entonces me hizo el click, y empecé a tejer para vender. Cuando ya me había iniciado en el mundo del crochet hice cursos de telar en la Casa de Sarmiento y empezamos a exponer en la casa de Turismo. Después, abrí mi puesto acá”, cuenta Sonia.

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Juntos criaron a sus hijos gracias al trabajo de sus manos, pasaron todas las crisis y mantienen sus puestos en el Paseo de los Artesanos, en los que venden mientras siguen creando. Incluso, se las arreglan para sumar ingresos, por ejemplo, vendiendo también en el lugar jugo natural.

Pasar las crisis

“Uhhhh…”, dice Daniel ni bien es consultado sobre cómo vive un artesano en medio de una crisis económica como la actual. Y pronto agrega, “nosotros hemos superado todas las crisis. Esta es un escollo más, es duro, pero vamos a ver si la pasamos”.

Y cuenta que lo va cambiando son las tendencias. Entre los cinturones, mates de madera forrados en cuero y portacelulares que crea, asegura que, “siempre me adapté a las circunstancias”.

“La época dorada fue la de la Feria de las Pulgas, entre ’83 y el ’85. Se vendía muy bien y había mucha gente, que iba, no a pasear, sino a comprar directamente. Ahora, con lo que estamos viviendo, quienes más llegan son los turistas y la gente de acá que llega a pedir un trabajo en particular. Es más específico y se vende menos, pero seguimos adelante”, sostiene el artesano.

Sonia, por su parte, piensa sólo en seguir adelante: “Con esto siempre hemos subsistido. Seguimos, seguimos y seguimos. Y no lo vamos a dejar hasta que Dios diga”, afirma.

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