Las historias profundas de los 23 sanjuaninos que dejaron el cuerpo y el alma en Malvinas

Las historias profundas de los 23 sanjuaninos que dejaron el cuerpo y el alma en Malvinas

Por primera vez, este documento científico, llamado “Malvinas, su historia. San Juan, sus héroes”, se presenta en formato periodístico, en Tiempo de San Juan, mostrando este invaluable trabajo, con una carga testimonial única. Esto, porque el proceso de creación del libro se enriqueció con entrevistas directas con los familiares de los fallecidos y múltiples documentos de la época.

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El matrimonio escribió tres libros sobre Malvinas: el citado de los héroes, “San Juan en la Historia de las Islas Malvinas” y “De San Juan a Malvinas, Historia de una Causa Sin Tiempo” (está en edición). “Empezamos a hacer una investigación a partir del 2004 y esto surge porque nosotros muchas veces íbamos a los actos o veíamos por ahí, escuchábamos los medios y no se sabía muy bien quienes eran los que habían muerto, sanjuaninos sobre todo”, contó Miguel a Tiempo de San Juan.

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Miguel Montaño y Analía Rodríguez (foto: Voces Paralelas)

Miguel Montaño y Analía Rodríguez (foto: Voces Paralelas)

El historiador aseguró que “decían que eran 24 los caídos sanjuaninos, por ahí se decían que eran 28, entonces nosotros comenzamos esta investigación a principios de la década del 2000. Nos basamos en lectura de más de 300 libros de la temática Malvinas, esta colección se llama colección bibliográfica Sanjuaninos Caídos en Malvinas, y son libros de diferentes países”. En la recopilación del libro figuran 23, la mayoría nacidos en San Juan y el resto criados en la provincia.

Los autores se basaron en relatos de algunos veteranos de guerra, no solamente de la provincia sino también de otras provincias y, especialmente, en los recuerdos de la familia de cada uno de ellos.

“Lo más conmovedor fue la charla con las con los familiares de los caídos, con las madres de los caídos que visitamos allá en la época del 2000. Muchas madres ya han fallecido. En ese momento cada madre tenía como un pequeño ofrendatorio, rinconcito o un santuario por así decirlo. En algún rinconcito de su casa tenía las Islas Malvinas con fotos de su familiar y nos mostraban las cartas que ellas habían recibido de sus seres queridos desde la guerra. Algunas madres recibieron la carta después que habían sido notificado de la muerte de sus hijos”.

Para Miguel, que perdió a su hermano en combate, fue una experiencia profunda: “Lloramos junto con las madres. También muchas lágrimas corrieron mientras escuchamos las grabaciones que habíamos hecho y que están ahí guardadas todavía en cassettes”.

Los 23 sanjuaninos

Estas son las 23 historias, extraídas del libro de Montaño y Rodríguez, que dilucidan quiénes son los héroes sanjuaninos caídos durante el conflictó que marcó a los argentinos (las imágenes también pertenecen a esta reveladora obra).

Agustín Hugo Montaño

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“‘Nosotros estamos con los aviones nuestros y hay muchos soldados. Estamos comiendo bien y esperando a los ingleses para hacerlos bolsa”. Así decía la carta que Agustín Hugo Montaño escribió para su familia desde la pradera del Ganso en las Islas Malvinas el 17 de abril de 1982. Trece días después caería bajo las bombas inglesas y se convertiría en el primer sanjuanino caído en Malvinas.

Hugo nació en San Juan, en Caucete, el 19 de agosto de 1956. Hijo de Ricardo Hugo Montaño y de Doña Pascual Agüero de Montaño. Era el mayor de cinco hermanos. Hasta muy pequeño vivió en Caucete, pero en 1960 se mudó a Villa San Damián, en Rawson, donde con mucho sacrificio sus padres compraron un terreno y construyeron su casa.

Era buen alumno y merecedor de la bandera, sin embargo no pudo portarla porque no tenía guardapolvo, ya que su familia era muy pobre. De pequeño, para ayudar a sus padres, trabajó en diferentes plantaciones sembrando y cosechando verduras y en fincas de Caucete, en la cosecha de la uva. Por eso sus compañeros lo habían apodado “el loco de la gamela”, ya que decían que solía recolectar por día más de 120 gamelas de uva.

Sus hermanos lo recuerdan como un ejemplo, ya que los protegía en todo momento, los aseaba y les ayudaba con las tareas de la escuela, además de jugar con ellos y enseñarles a ser respetuosos con todas las personas.

Hugo se iba en bici desde Rawson hasta Caucete, donde tenía amigos y abuelos maternos. Estudió la secundaria en la Escuela Boero y cuando su padre enfermó se trasladó a Caucete para trabajar sin descuidar a sus hermanos.

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Hugo quería hacer el servicio militar, pero había quedado exceptuado, entonces decidió por vocación alistarse en la escuela de suboficiales de la Fuerza Aérea Argentina con asiento en Córdoba. De esta manera ingresó como aspirante a suboficial en 1977 con grandes ilusiones.

En noviembre del 77, su ciudad más querida, Caucete, es azotada por el fuerte terremoto. Entonces, tras la novedad, en la Escuela de Suboficiales lo autorizaron a llegar a San Juan y colaborar con su pueblo.

A pesar de estos altibajos en la vida, por su rendimiento académico, la institución militar lo designó escolta de bandera, egresando en diciembre de 1978 con el grado de cabo y el título de mecánico de aeronaves especializado en aviones IA-58 Pucará. Su primer y único destino fue la Tercera Brigada Aérea con asiento en Reconquista de Santa Fe.

Allí se casa con Alicia Ramírez, de cuyo matrimonio nace su primer y único hijo, Hugo Alejandro Montaño, en 1981.

Paralelamente a sus obligaciones militares y sin descuidar a su familia, sigue practicando en Reconquista y en el Chaco su otra pasión, el ciclismo, ganando 18 trofeos en distintas carreras federadas.

En 1982 estaba próximo a comenzar sus estudios universitarios en la carrera de abogacía, cuando estalló la guerra de Malvinas. Fue enviado a las islas en la noche del 8 de abril. Él había pedido ir. Su destino fue la base aérea militar Cóndor, con asiento en Pradera del Ganso, dentro de la Isla Soledad.

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Cuentan sus camaradas que, en la mañana de aquel luctuoso 1 de mayo de 1982, como todos los días, Hugo debía mantener listos para el ataque a sus aviones Pucará. Así, a las 8.30, se encontraba Hugo junto a seis camaradas y un piloto reparando un Pucará que se hallaba averiado en la pista de aterrizaje cuando comenzó el ataque inglés.

Un avión SEA Harrier lanzó bombas sobre el avión donde se encontraba Hugo y sus compañeros y, de esta manera, Hugo Montaño se convirtió en el primer sanjuanino en morir en la guerra de Malvinas.

Así llegó la noticia a San Juan a través de los medios de comunicación. El 6 de mayo, su mamá recordó que estaba tomando mate y conversando con Miguel, uno de sus hijos, cuando se paró un Falcon azul en la puerta de su casa. Eran oficiales de la Fuerza Aérea vestidos de uniforme. Apenas los vieron, se pusieron a llorar. No lo podían creer.

La familia pensó que iban a traer el cuerpo de Hugo y entonces con Miguel sacaron todo lo que había en el living para esperarlo y velarlo, pero pasó un día, una semana, meses y años y jamás lo trajeron.

Por su parte, Alicia se enteró el 3 de mayo de que su marido había muerto Con el tiempo, le trajeron cartas que él le había escrito y que no había podido mandar, como así también su reloj, que se lo habían podido sacar y venía manchado con su propia sangre. A ese reloj lo guarda su hijo como su tesoro más preciado.

Oscar Augusto Silva

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“¡Viva la Patria, carajo!”. Este habría sido el último grito de guerra que dio el subteniente del ejército argentino Oscar Augusto Silva Rufino antes de dar su vida por la patria, la noche del 13 de junio de 1982, tras cubrir el repliegue de sus soldados en Monte Tumbledown, en las Islas Malvinas.

Oscar nació en la Capital de San Juan el 16 de junio de 1956. Hijo de Oscar Augusto Silva Rufino y de Teresa Aida Rojo Molinari. Era el único varón entre cinco hermanos. Cursó la primaria en la Normal Sarmiento, donde fue mejor compañero. Sus hermanas lo llamaban “Gordito” y siempre, contaron ellas, demostraba ser aplicado y un muy buen alumno.

Aunque no había antecedentes militares en la familia, él sentía un gran deseo de serlo. Por ello, al salir de la primaria, entró al Liceo Militar Espejo, en Mendoza, donde se recibió y luego fue a la escuela naval hasta cuarto año, de donde se retiró para cursar la carrera de Ingeniería durante un año.

Fue en esa etapa de su vida cuando Oscar comprendió cuál era su verdadera vocación, que era ser militar. Así ingresó al Colegio Militar de la Nación, de donde egresó a finales de 1981. También recuerdan que era un joven muy deportista que practicaba natación y fútbol y amaba la vida sana y al aire libre.

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Cuentan sus camaradas de promoción que “el Sapo” Silva, apodo con el cual cariñosamente lo llamaban algunos de sus amigos, era un hombre bueno de carácter tranquilo y que jamás perdía la calma por nada. Silva tuvo como destino el Regimiento de Infantería Número 4 en Montecaseros, Corrientes, lugar de donde fue enviado a las Malvinas a mediados de abril de 1982.

En el libro de Carlos Robasio, llamado “Desde el Frente”, existe un relato del entonces Teniente de Corveta Carlos Vásquez, quien contó sobre la batalla de Monte Tumbledown, donde estuvo el sanjuanino Silva. Allí se relata que “la desproporción de fuerzas fue tremenda, pero el comportamiento de los defensores rayó en lo épico. Los atacantes estrellaban una y otra vez tozudamente desde la tarde del 13 hasta la madrugada del 14 de junio de 1982. Fueron vencidos, pero no quebrados anímicamente. Simplemente habían agotado la munición y se les ordenó el repliegue a Sapper Hill. Ese subteniente, que desconocía el miedo, dio pruebas de excepcional entereza. No se amilanó en ningún momento. Sus órdenes se sobrepusieron al tronar de la artillería y de las armas de defensores y atacantes. Ante su actitud heroica, se estrellaron y debieron replegarse más de una vez nuestros enemigos. «¡Vamos, soldados de hierro, viva la patria!», bramó su garganta mil veces mientras dirigía una y otra vez mortal y certeramente el fuego de sus armas”.

Por otro lado, el veterano de guerra Pablo Vicente Córdoba, en una carta enviada al Estado Mayor General del Ejército, relató sobre los últimos momentos del subteniente Silva, que cayó gravemente herido, siendo socorrido por un grupo de soldados que lo rodeaban. Mientras se lo asistía, y a pesar del estado de gravedad, les ordenó que se replegaran debido a que la posición no podía ser mantenida por el gran avance y fuego abierto por el enemigo. Los compañeros no querían dejarlo solo y él insistió en que se replegasen para ponerse a salvo. «Quiero expresar constancia de su gran valor y espíritu de lucha reflejado en sus últimas palabras al expresar, «Acérquenme la ametralladora para que pueda cubrirles la retirada». “Esto se convirtió en una realidad. Así lo hizo, perdiendo la vida por defendernos al ser alcanzado por las balas enemigas»”.

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Así también el general Diego Alejandro Soria, relató en “Malvinas 20 años, 20 héroes”, sobre Silva, que al recorrer los ingleses, luego de la rendición argentina, las posiciones donde combatían el VIN 5, había encontrado cuerpos integrantes del ejército y que uno de ellos había despertado la admiración británica, pues no podían quitarle el fusil que tenía aferrado con el índice en el gatillo y la munición agotada. Por la chapa identificatoria que trajo el capitán de Fragata Carlos Robacio, se supo que se trataba del subteniente Oscar Augusto Silva “y entonces me emocioné de saber que hombres de esta talla habían combatido bajo mi mando”.

En honor a este héroe de guerra, un barrio ubicado al sureste de Capital lleva el nombre de Teniente Oscar Augusto Silva, así también varios bustos que lo representan en el país.

Waldo Eduardo Moreno

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Waldo Eduardo Moreno nació en Pocito, el 7 de septiembre de 1959. Era hijo de Olga Magdalena Chaparro y de Domingo Moreno, padres de siete hijos, de los cuales Waldo era el cuarto.

Antes de ingresar a la Marina en 1975, estuvo un tiempo internado en la Escuela Hogar José Manuel Estrada. De adolescente vivió en el barrio San Ricardo, en Rawson. Cerca de su casa vivía Myriam García, quien luego fuera su esposa.

Se casaron el 19 de diciembre de 1980, a la edad de 21 años él y 22 años ella. Fruto del amor de esa pareja, nació Anahí el 20 de septiembre de 1981. Myriam comentó que él amaba a su hija, era la luz de sus ojos y con toda la dulzura le llamaba “mi tesoro”.

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Según cuentan, él había partido de San Juan muy disgustado con su familia tras el rechazo hacia ella y por el casamiento, también por la falta de correspondencia de parte de Waldo. A raíz de ese disgusto, la familia de Waldo envió una carta a las autoridades de la base naval de Punta Alta, donde pedía saber qué pasaba con él. Entonces, por esa carta, las autoridades de la Marina decidieron mandarlo cumplir funciones al Crucero Belgrano, cuando en realidad él se desempeñaba en la base naval ubicada en tierra.

“El día que hundieron el Crucero era la tarde y yo aún no sabía nada de lo que había pasado. Le había pedido a mi madre que me acompañara a la plaza de Punta Alta a dar un paseo y tomar un poco de sol. Anahí, que era una beba de 7 meses, la tenía en mis brazos mientras estábamos sentadas en un banco frente a la iglesia de la ciudad. En un momento dado, sentí una cosa muy fea en el pecho, una ansiedad y una desesperación que no entendía. Mi madre pensó que me sentía mal por alguna enfermedad, entonces decidimos regresar. Cuando en el camino pasábamos por la puerta de una casa, salió un chico que les decía en voz alta a otras dos que se hallaban en un auto. —Che, ¿escucharon lo que está diciendo la radio? —¿Qué pasó? Y contestó el chico —Dice la radio que han hundido el crucero Belgrano y que han muerto todos. Al escuchar esto, me paré de golpe, le pregunté a mi mamá. —¿Escuchaste? —Sí, pero no hagas caso. Caminemos y dame la nena, me dijo. Me puse muy mal, y comencé a tiritar. Y cuando llegamos a mi casa, me dio una gran descompostura. En la noche llegaron algunas amistades a saludarnos por lo que había sucedido, es decir, que ya se confirmaba el hundimiento. Al otro día, temprano, se fue a la base naval para ver si su marido salía en alguna lista”.

Desesperada y sola, se acercó varias veces a la base a ver los listados por si salía su marido, pero no aparecía en ninguna. Fue recién a la semana siguiente que le confirmaron que la anoticiaron. A él lo calificaron como “desaparecido/presumiblemente muerto” porque no lo encontraron ni vivo ni muerto.

Luego fue una carta reveladora la que contó cómo fueron los últimos minutos de Waldo. Un compañero le contó a la viuda que el marino, luego de ayudar a diferentes heridos a salir del interior del barco, habría sido uno de los últimos en saltar a una balsa y que esta embarcación había sido tragada por un remolino que produjo el barco al hundirse.

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Desde ese día, Miriam y Anahí son férreas defensoras de la causa Malvinas. Anahí contó que tuvo una niñez y adolescencia muy duras y que siempre habló de su padre.

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Desde mediados de los ’90, uno de los montes de la Isla de los Estados lleva el nombre de los Tres Morenos en honor a los tres marinos de apellido Moreno que perdieron su vida en el crucero. Uno era el sanjuanino.

Jorge Antonio Yacante

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“Bueno tía, estas pocas líneas que le hago llegar son para comunicarle que me encuentro bien físicamente, porque en lo que a ánimo se refiere, ando un poco, ¿qué digo poco? bastante nervioso, pero no soy solo yo, sino que toda la tripulación. Es que acá se viven muchos momentos de nervios e incertidumbre por todo esto que está sucediendo y no saber qué va a pasar con los ingleses”. Con estas palabras, Jorge Antonio Yacante, en una carta enviada a su tía Adriana Carrizo desde Ushuaia el 22 de abril de 1982, describió la situación en el crucero Belgrano.

La tía Adriana contó cómo fue la vida de su sobrino. Jorge había nacido en su casa paterna el 11 de junio de 1960, en Chepes, provincia de La Rioja. Hijo de Rosa Hilda Carrizo y de Rogelio Alberto Yacante. Cuando Jorge cumplió su primer año, nació su hermano Víctor Hugo Yacante, entonces su tía se lo lleva a Jorge a Villa Casandra, La Rioja, a vivir con sus padres. Cuando Jorgito cumplió tres años, ella se casó y el niño se quedó con los padres de ella y regresaron a Chepes, donde Jorge inicia su escuela primaria hasta tercer grado.

Luego Adriana viene a San Juan trayendo a Jorge Antonio con ella, que inicia el cuarto grado en la Mariano Necochea, ubicada en Santa Lucía. Sin embargo, luego Jorge debió regresar a Chepes para terminar la primaria en esa provincia.

Así Jorge era considerado un chico con tres madres, su abuela, doña Ramona Soria de Carrizo, la madre que lo parió, doña Rosa Hilda Carrizo, y la tía Adriana. Jorgito le llamaba cariñosamente a su abuela, “mi vieja viecuya querida”.

En los años ’70, Jorge era un joven que deseaba ayudar a su abuela con quien vivía y era difícil para una persona de ciudad encontrar trabajo, no obstante, solía ir con su padre a una finca en La Rioja donde podaba, araba y sembraba. El joven quería hacer algo más, también quería ser estudiante de secundario y lamentablemente en la familia no se podía por las condiciones económicas.

Así, a los 18 años, Jorge decidió ingresar a la Escuela de Mecánica de la Armada causando cierto sufrimiento en la familia, especialmente en su abuela Ramona que había perdido a un hermano en la Marina.

En diciembre de 1980, Jorge egresó de la Escuela de Mecánica de la Armada con el grado de cabo segundo de Comunicaciones y su primer destino fue el crucero a la General Belgrano, del cual disfrutaba en todo momento de sus guardias y de la inmensidad del barco.

La noche anterior al hundimiento del Belgrano, el joven marino había estado de guardia, es así que durante el día se encontraba descansando en su camarote junto a otro compañero que se acercó a entregarle unas revistas a la cama, ahí vino la detonación del primer torpedo.

La familia no está muy segura de cómo murió Jorge Antonio ya que tiene dos versiones, una de un compañero que dijo que Jorge estaba durmiendo al estallar el torpedo y la otra versión es de otro compañero que dijo lo contrario, que lo habían visto vivo al momento de arrojarse a las balsas.

Al otro día del ataque al crucero, la familia fue a la Delegación Naval en San Juan a saber qué pasó con Jorge y les comunicaron que él estaba desaparecido, no muerto. Dos días después, la familia de Yacante recibiría la trágica noticia mediante una carta de la Armada.

Alejandro Antonio Vergara Zárate

Alejandro Antonio fue el nombre que eligieron sus padres cuando nació el 23 de octubre de 1962. Su padre, Antonio Marino Vergara, y su madre, Elvira Eugenia Zárate, vivían junto al niño y sus demás hijos en Villa Krause, Rawson. Él era el mayor de cuatro hermanos.

Cuando era pequeño, la familia se mudó a la calle San Lorenzo y Jujuy, en Capital, donde vivieron poco tiempo, ya que por cuestiones laborales se fueron a Buenos Aires.

Alejandro, como el resto de sus hermanos, asistió a la escuela Guillermo Rawson, ubicada en Tucumán y San Lorenzo, como así también el Colegio San José, perteneciente a la Iglesia de la Inmaculada Concepción.

En 1978, a la edad de 16 años, se alistó en la Escuela de Mecánica de la Armada Argentina cuando estaba en Buenos Aires. Ese mismo año volvió de vacaciones a su provincia natal a visitar a sus primos y tías. Esa sería la última vez que llegaría a San Juan, lugar donde estaba construyendo su casa, ya que pensaba casarse con su novia Nora en diciembre de 1982.

El crucero Belgrano, debido a los problemas mecánicos que padecía, no pudo hacerse a la mar hasta el 16 de abril de 1982. Hasta ese momento, sus tripulantes día a día se despedían de sus familias, pero por la tarde regresaban a sus hogares al verse frustradas sus partidas. Alejandro fue uno más de aquellos marinos que en Bahía Blanca regresaban a sus hogares por las tardes.

Alejandro era cabo segundo maquinista y el 2 de mayo de 1982 se encontraba a bordo del crucero ARA General Belgrano, día en el cual fue torpedeado y hundido por los ingleses en agua del Atlántico Sur, convirtiéndose en un héroe más de la Patria.

A las 16 horas, momentos en que estalló el primer torpedo, Alejandro se encontraba en la sala de máquinas, a punto de entregar la guardia a un camarada que se retiraba por un instante para traer su equipo de mate.

“Janito”, como se lo conocía, ya había terminado su guardia, se quedó a esperar a su compañero en su puesto y en ese momento estalló el torpedo.

La familia Vergara Zarate fue una de las tantas que sufrieron la incertidumbre de no saber si su ser querido estaba vivo o muerto, y que recién unos meses después de terminada la guerra, les llegaba la confirmación del deceso de su familiar. “Primero figuraba como desaparecido, sé que mis primos fueron mucho tiempo a esperarlo al puerto pero nunca llegó, recién al año tuvieron la certeza de que había fallecido, mi tía quedó muy mal, estuvo mucho tiempo postrada en la cama y mi tío también estuvo muy mal ya que siempre estaba acompañado por Janito y le gustaba mucho ir al campo y pescar juntos”, contó su prima Antonia.

Teodoro Roberto Romero

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“Estábamos mirando televisión y escuchando radio cuando dijeron del hundimiento de Belgrano y de repente sonó el timbre muy fuerte, claro, era gente que nos venía a avisar lo que había pasado. Todos me miraban y yo no quería decir nada y mi marido tampoco, pero yo no caía que mi hijo se hundía con el crucero”. De esta manera describió el sufrimiento que sintió Lucila, la madre de Teodoro Roberto Romero, cuando se enteró de que su hijo había perdido la vida en el crucero ARA General Belgrano.

El marino pensaba casarse con Cecilia, la mujer que amaba y a la que él había elegido para que lo acompañara por el resto de su vida. Juntos pusieron como fecha de casamiento agosto de 1982, pero la orden de Christopher Redford Brown, comandante del submarino Conqueror, frustró para siempre sus sueños.

Roberto nació el 30 de diciembre de 1958 en la casa que alquilaban sus padres en Villa San Damián, Rawson. Hijo de don Benito Teodoro Romero y de doña Ignacia Lucila Morales, era el tercero de cinco hermanos.

De chico era muy inquieto, muy pícaro, pero muy buen hijo. Siempre fue a la escuela con su hermano Raúl, según contó la mamá. Roberto terminó la primaria y comenzó sus estudios secundarios con orientación en carpintería en la Escuela Obreros del Porvenir. Allí iba con su hermano Raúl, que estudiaba para técnico en radio y televisión.

“Por esos años fue cuando decidió Roberto irse a la Escuela de la Armada porque él creía que se llevaba las materias y, como trabajo no había, se anotó con Merino, un amigo que después se salió de la Marina. Se anotaron los dos y se los llevaron. Tenían 15 años. Yo nunca les dije a mis hijos que se alistasen en alguna fuerza militar, pero a él parece que le gustaba mucho la Armada Argentina”, contó su mamá.

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Todos los fines de año la familia Romero celebraba la Navidad con una gran fiesta, pero sabiendo que Roberto se hallaba trabajando en Buenos Aires no lo podían ni no lo solían esperar. Sin embargo, rememoró la mamá, de alguna manera, él siempre llegaba.

Para el 2 de abril, cuando se recuperaron las Malvinas, Roberto Teodoro se encontraba en Buenos Aires y las circunstancias propias del momento no le permitieron viajar a San Juan para despedirse de su familia. Su madre, preocupada por los movimientos militares que se registraban a través de los medios de comunicación, le envió una carta a su hijo, quien recién la recibió estando a bordo del crucero Belgrano, entre los días 23 y 26 de abril, en el puerto de Ushuaia, cuando se encontraba el crucero reaprovisionándose de combustibles, municiones y alimentos para la tripulación.

“Él no me decía si sufría o no, solamente me decía ‘quédate tranquila, no creas todo lo que te diga la gente o lo que veas en la televisión, no mires la tele ni escuches la radio'”.

El día en que es hundido el crucero Belgrano, la familia Romero se encontraba reunida en la casa cuando recibió la noticia. Al enterarse del ataque al crucero y sabiendo que Roberto se encontraba ahí, se juntó toda como en un velatorio, con parientes, vecinos y amigos, todos queriendo saber qué pasaba, qué había sucedido con aquel muchacho tan querido de la villa.

La novia de Roberto, que era su futura esposa, sufrió enormemente a raíz de la muerte de su amado, lo que la llevó a buscarlo por diferentes lugares de Buenos Aires e incluso por el sur argentino. Ya tenían los anillos. Cecilia, al no resignarse a que estuviese muerto o desaparecido, lo buscó por todos lados pero nunca lo encontró. La psicóloga de Cecilia le dijo que tenía que seguir adelante. Ella ya se casó y tiene dos hijas y sigue manteniendo la relación con los parientes de Roberto como si fuera una más de la familia.

Argentino Antonio Balmaceda

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“En Puerto Belgrano me contó un compañero de él que mi hijo estaba en la sala de máquinas cuando fue la explosión, que su cuerpo estaba muy, muy quemado, entonces que el comandante del barco pidió que lo pongan en una balsa y que ahí le pusieron una barra de chocolate en la boca. Nadie supo después qué pasó con la vida de mi hijo ni con la balsa donde él estaba”. Así contó Antonia del Carmen Olguín lo último que sabe sobre su hijo argentino Antonio Balmaceda.

Nació el 9 de mayo de 1949 en la Villa Carmelita, en Concepción, capital de San Juan, hijo de doña Antonia y de don Argentino Balmaceda. Era el segundo de ocho hermanos. De chiquito Antonio era un niño como todos, travieso, juguetón e inquieto, pero muy buen alumno. Iba a la Escuela Nacional número 29, Santiago del Estero, detrás de la bodega López Peláez.

Al tener varios hermanos y al ser el mayor de los varones, Antonio salió a trabajar de lustrabotas para ayudar a sus padres a mantener el hogar desde los 13 años. Al adolescente Antonio, al vivir cerca de la cancha del club Árbol Verde, le gustaba ir a ver los partidos que se jugaban allí. Hacia 1965, por consejo de un familiar y con la idea de tener un buen porvenir, ingresó a la Escuela de Mecánica de la Armada.

Una vez que vino de Franco a San Juan, conoció a su novia y futura esposa Beatriz Nievas, que vivía en la calle Corrientes. Cuando salió de la Escuela de la Armada, les dijo a sus padres que se quería casar. Entonces sus padres les regalaron los anillos y entre todos hicieron una fiesta muy linda.

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Luego de casarse, se fueron a vivir a Punta Alta en la provincia de Buenos Aires, donde residía una hermana de Antonio. Allí nació la primera hija, Fabiana, y consiguió una casa. Luego toda la familia terminó en Bahía Blanca. Balmaceda tuvo como primer destino el crucero ARA General Belgrano, donde se desempeñó como maquinista durante 15 años y al cual acompañaría hacia su última morada en el fondo del mar.

Al estallar el primer torpedo, Antonio se habría encontrado en la sala de máquinas del buque. A la madre le contó un compañero de él, que su cuerpo estaba muy quemado y que lo habían subido a esa balsa. “Yo siempre me imaginé que lo habrían tirado al mar, pero espero que haya estado ya sin vida. También pienso que sus compañeros habrían arrojado su cuerpo sin vida al agua para salvar sus propias vidas dentro de las balsas. Si fue así, no me parece mal, pero si estaba vivo y herido, me lo tendrían que haber traído a mi casa para que yo lo cuide hasta el final”, dijo la madre.

Antonia no podía estar de la tristeza y volvió a su San Juan querido. Aquí conoció a Pascuala de Montaño, con quien compartía el mismo dolor por la muerte de un hijo. Entre ambas lograron acompañarse.

Julio César Cuello

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Julio César Cuello nació en Caucete el 21 de julio de 1964. Hijo de Doña Mirta Francisca del Rosario Bustos y de Don Ramón Margarito Cuello, era el tercero de 11 hermanos. Al marino le dieron como desaparecido luego del hundimiento crucero a la General Belgrano el 2 de mayo de 1982. Fue uno de los más jóvenes de todo el país que se embarcó hacia la guerra ya que contaba con tan solo 17 años pero defendió su patria hasta morir como todo un gran hombre.

Su madre lo describió como un valiente desde pequeño, “de chico fue muy fuerte y corajudo”.

Los padres de Julio César se mudaron junto con sus hijos cuando eran pequeños de Caucete a Valle Fértil y siempre estaban mudándose de un lugar a otro por el trabajo de Ramón, el jefe de familia. Es por esto que Julio asistió a diferentes escuelas en Caucete, en la ciudad de San Juan, en Angaco y en Vallefértil donde egresó en la escuela Provincia de Formosa. En 1979 ingresó a la Armada donde a finales de los ’80 egresó con el título de marinero primero con la especialidad de camarero.

Los padres se enteraron del hundimiento del Belgrano escuchando la radio. Al otro día comenzaron a llamar a Buenos Aires y les dijeron que había listas de sobrevivientes pero que él no salía ahí.

“Alguien me llevó desde Valle Fértil a la terminal porque decían que venían algunos sobrevivientes del Belgrano. Fuimos y miramos a todos los chicos a uno por uno pero él no venía. También fuimos a la delegación naval que hay en San Juan pero nos dijeron que estaba dado como desaparecido. A mediados de mayo llegó la policía a mi casa con un telegrama donde nos confirmaba que lo habían dado como desaparecido”.

“La familia entera lloró por su muerte. Sus hermanitos más chicos y todo Valle Fértil. Julio César al fallecer era marinero primero, camarero. Es decir que al momento que dijeron que el impacto de uno de los misiles había sido en la cocina, el comedor y en los camarotes, yo pensé que le tocaba a él porque era el lugar donde trabajaba. Nunca me enteré realmente cómo murió”.

El nombre de él lo lleva a un pasaje que hay en la isla de los dos estados. Además de ser declarado héroe de la Nación Argentina. En Valle Fértil hay un monolito en la plaza central en honor a él.

Julio César Tello

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Julio César Tello nació en San Juan el 31 de diciembre de 1962 en Medi Agua, Sarmiento. Era hijo de don Martiniano Tello y de doña Herminia Balmaceda. A la edad de dos años, por abandono de sus padres, fue internado en una guardería infantil del Estado donde ingresó el 4 de mayo de 1965.

Sus padres, tras recuperarse de diferentes problemáticas familiares, como la pobreza, el alcoholismo y la enfermedad, retiraron al niño de la guardería. Sin embargo, debió volver a ingresar a la institución en diferentes oportunidades por las mismas causas.

El 15 de marzo de 1977, estando internado en el Instituto de Menores Nazario Benavides, el juez interino de menores, Lisandro Lloveras, resolvió entregar a Julio César Tello, en tenencia por dos años, a María Paulina de la Rosa. Al caducar esta tenencia, en marzo de 1979, otro juez resolvió el reingreso de Julio César al Instituto de Menores. Estando allí, aconsejaron a Julio César, que ya contaba con 16 años, que ingresara a la Marina, puesto que todos los años la fuerza invitaba a jóvenes a alistarse.

Tello, haciendo caso de sus consejos, decidió tramitar el ingreso a la Armada Argentina, y así fue que la misma institución de menores comenzó a través de su director a iniciar los trámites respectivos. Fue preparado para el ingreso de la Marina por las mismas maestras que le daban clases en el instituto.

Ingresó a la fuerza en mayo de 1980, y egresó en 1981 con el grado de cabo segundo en la especialidad cocinero. Estaba en el crucero Ara General Belgrano. Quienes lo cuidaban en el Nazario Benavides se enteraron de la muerte del jovencito por la radio. Al otro día se juntaron en el instituto y lloraron todos juntos a ese hijo del corazón que se llamaba Julio César Tello y que se lo llevó el crucero general Belgrano.

Anselmo Nicómedes Melián Castro

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Anselmo Nicómedes Melián Castro, alentando a sus padres para que no se preocupen por él escribía sus últimas líneas: “lo único que les pido es que estén tranquilos porque la situación no es tan mala como se comenta en Buenos Aires. No crean que vamos a la guerra y si es así no se hagan problema porque voy a volver a verlos”.

Anselmo nació el 13 de junio de 1961 en Concepción, Capital. Hijo menor de doña Pura Concepción Castro de Melián y de don Anselmo Timoteo Melián desde muy pequeño fue apodado como “Juni”.

Cuando tenía apenas seis meses de edad, sus padres decidieron irse a vivir a Buenos Aires para preservar la salud de su hijo mayor, Walter, que tenía problemas respiratorios. En agosto de 1976 al padre le dio un infarto cuando Juni iba a tercer año. Doña Pura, desesperada por la enfermedad de su marido y sin saber cómo solventar los estudios de sus hijos, les planteó las situaciones. El hijo menor le contestó “mira mami no tengas problema porque nosotros algo vamos a hacer”.

Al año siguiente, Walter y Anselmo estaban cursando como cadetes de la escuela de mecánica de la armada. Los hermanos Melián, como cabos de Marina, empezaron a realizar prácticas de guerra en 1982.

El 5 de abril se fueron de su casa de San Juan. Su madre no sabía que era la última vez que iba a ver a su hijo. “Del hundimiento nos enteramos de casualidad porque mi casa no se veía ni escuchaba televisión, con tal de que yo no escuchara las noticias. Pero como nosotros teníamos almacén en la casa nos enteramos por la gente que venía al negocio. La preocupación fue muy grande, desde ese día comenzamos a ir todos los días al edificio Libertad. Fuimos 19 días sin parar a que nos digan qué había pasado con nuestro hijo. Después de 19 días nos dijeron que ya no volvamos. Nos fuimos muy cansados a nuestra casa, comimos algo y a eso de las 8 de la tarde mi marido ve por la ventana que llegaba una delegación de la Armada. Nos dijeron que nos traía malas noticias porque en la última bolsa que habían levantado del mar no venía nuestro hijo. Traían una nota atada con una cinta patria, es decir ya lo habían dado por muerto”.

Fue tan grande el dolor que sintieron, que el padre se volvió a infartar. Anselmo no tuvo la suerte de su hermano Walter, que fue destinado al destructor Comodoro Pi. Walter se enteró de que su hermano había muerto y quedó destrozado. La madre le rogó que pidiera la baja de la Armada y, a los pocos meses, Walter se retiró de la fuerza para siempre.

Hugo y Julio César Ahumada

Hugo y Julio César Ahumada eran primos y ambos cayeron con el ARA general Belgrano. En el caso de Hugo, nació un 4 de agosto de 1962 en Pie de Palo, Caucete. Era hijo de Julia Rosa Ahumada y el mayor de tres hermanos.

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Por su parte, Julio César nació el 21 de junio de 1963 también en Caucete, hijo de doña Orfelia María Ahumada.

Los primos entraron juntos a la Armada Argentina, Hugo en 1979 y Julio en 1980. Cuando tenían franco en la escuela, se venían juntos a San Juan y disfrutaban al máximo de sus vacaciones. Estos cauceteros eran muy unidos.

Pasaron varios días desde el hundimiento del glorioso crucero Belgrano y a las hermanas Ahumada las envolvía la desesperación y la incertidumbre. No sabían qué había sido de la vida de sus hijos. Ambas rogaban a Dios que regresaran vivos a sus hogares.

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Los viajes que hicieron a la ciudad de San Juan les parecieron interminables hasta que la noticia llegó 11 días después. Un auto se paró en la puerta de la casa y el jefe de la delegación naval de San Juan de entonces les comunicó la mala noticia. “Pregunté, ¿los dos? Y me dijeron, sí, los dos han fallecido”.

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Tras recibir la noticia de la muerte de los primos Ahumada, el departamento de Caucete quedó conmocionado. Llegaron a la casa vecinos, amigos, familiares y curiosos. En las calles existía el rumor de que estaban por traer los cuerpos y la gente llegaba pensando que había un velatorio con cuerpo presente.

Orfelia contó que durante meses debió ocultar su dolor para que su madre no sufriera por la muerte de sus nietos. Hoy en Caucete hay una plaza con un homenaje a ellos y también en la Isla de los Estados hay unos islotes que llevan el nombre de Los Ahumada.

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Héctor Alejandro Vargas García

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Jorgelina García, mamá de Héctor Alejandro Vargas García, recordó: “cuando Alejandro muere nos dijeron en la Marina que si llegaban a encontrar su cuerpo no nos lo iban a devolver, sino que le iban a hacer todos los honores correspondientes y que luego lo iban a arrojar al mar, ya que ellos, por ser marinos, su tumba debía ser el mar”.

Alejandro nació el 24 de enero de 1962 en el hospital Rawson. Su padre era Miguel Ángel Vargas y vivían con Jorgelina, primero en Pocito y luego Rawson. Tenían a Alejandro y tres hijos más.

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Desde chico era muy inquieto. A él le gustaba la carrera militar y desde los 15 años esperaba sacar el DNI que daban a los chicos cuando cumplían 16 para poder ingresar a la Marina. Y así fue. Apenas comenzó los 16 comenzó los trámites. Luego realizó los exámenes en febrero de 1978 en la delegación de la Armada que había en San Juan y lo mandaron a cursar a Buenos Aires. Regresó en julio de ese año y ya venía con uniforme de marinero.

Aníbal César Sarmiento

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“Me llevo todo lo que allá me haga falta, pero no pasa nada, esto es como una excursión, les vamos a pegar una zapateada a los ingleses que se van a ir ahí nomás”. Estas fueron las palabras de Aníbal César Sarmiento cuando el 5 de abril de 1982 se despedía de sus familiares para partir al bordo del crucero General Belgrano, del cual nunca jamás regresaría.

Nació en San Juan, en Villa del Carril, el 12 de octubre de 1963. Era hijo de don Francisco Aníbal Sarmiento y de Arminia Dominga Hermanda Carvajal, y el menor de siete hermanos.

Al cumplir César los 13 años de edad, su familia se mudó a las calles Las Moras en Zonda, lo que se produjo porque el papá trabajaba como empleado del Departamento de Hidráulica.

En el ’78. César se puso de novio con Erica, y ese mismo año intentaba ingresar a la Marina, pero no logró aprobar los exámenes y esperó para intentarlo el año siguiente, trabajando de empleado en una metalúrgica.

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En 1979, al fin logró su objetivo y se mudó a Buenos Aires para asistir como cadete a la escuela de suboficiales de la Armada Argentina. Su madre Rosa recordó que Aníbal amaba lo que hacía, le gustaba mucho su carrera y nunca se quejó de nada, y como era un chico solidario con sus compañeros cada vez que venía a su casa traía 5 o 6 chicos más con él por todo el fin de semana.

Cuando fue el hundimiento del crucero varios de los hermanos se congregaron en la casa de los padres, tomando la gravedad del asunto. Inmediatamente comenzaron a averiguar en la delegación de la Armada en San Juan qué había pasado con el muchacho, pero no les decían nada.

Unos días después, mientras su mamá estaba en la vereda, paró un auto y se llevó a su padre, y ahí se enteraron. Se pusieron todos alrededor de la mesa a llorar.

Aníbal era especializado en comunicaciones y señalero, es decir, los que se dedicaban a mandar pedidos de auxilio con bengalas. Alguien recordó que en los últimos momentos en el que el crucero estuvo a flote había un señalero sobre la cubierta ya inclinada que estaba cumpliendo su misión, es decir, haciendo señales de auxilio con bengalas. Quizá haya sido César el hombre que hasta último momento trató de salvar a sus compañeros mediante su honrosa función.

José Esteban Lucero

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José Esteban Lucero, el 22 de abril de 1982, le mandó una carta a su familia en la que decía que le preocupaba mucho lo que pudieran estar pensando por el problema con Inglaterra. “No pasa nada, se los digo basándome en las noticias que nos pasan todos los días directamente de la Casa de Gobierno, así que por favor no se preocupen más que yo estoy muy bien”.

José nació el 26 de diciembre de 1961 en el barrio Martín Miguel de Güemes, hijo de Rosa Dina Olmedo y Antonio Alberto Lucero. Era el quinto de seis hermanos. De chico era cariñoso y muy apegado a sus padres.

En 1976 quiso ingresar a la Marina y sus padres dejaron que se vaya porque él quería hacer la secundaria y luego una carrera universitaria, pero como no estaba la familia bien económicamente apenas alcanzaba para mantener a todos los chicos, así que eligió irse a la Marina para asegurar su propio porvenir.

La noticia del hundimiento del crucero llegó a los Lucero el 3 de mayo cuando se encontraban escuchando radio. A partir de ese momento los hermanos y papás de José comenzaron a movilizarse para saber qué le había pasado. Pasaron seis días hasta que recibieron por correo la noticia menos deseada. Mediante un telegrama lo habían declarado “desaparecido/ presumiblemente muerto”.

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La familia recuerda que un periodista de la radio Colón había dicho que Esteban Lucero venía en un colectivo junto con otros chicos rescatados, es decir, que “Pepito” estaba vivo. Los padres fueron a la terminal a esperarlo y nunca bajó. Entonces su hermano corrió a la radio y le preguntó al periodista por qué dijo que venía vivo cuando quizás jamás regresaría. Sintió que le contestaron mal y le dio tanta bronca que le pegó un cachetón y lo tuvieron que sacar con la policía.

El día del hundimiento lo pudieron reconstruir mediante lo que les contó un gran amigo de él que estaba en el crucero. “Pepito” estaba haciendo la guardia sobre la superficie del buque, sobre la cubierta principal, y se fue a descansar a los camarotes porque tenía que retomar la guardia nuevamente a las 19 cuando encontró la muerte.

Jorge Luis Salas Castro

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Cada vez que Jorge Luis Salas Castro iba a su casa, les contaba a sus padres que el barco era gigante y hermoso. Así también decía que era un barco viejo, que si algún día lo llegaban a bombardear “se iba a venir a pique nomás”.

Jorge nació el 21 de septiembre de 1962. Sus padres eran Pedro Pablo Salas y Josefina María Castro. La familia vivió en Concepción toda la vida. Jorge Luis era el tercero de cinco hermanos.

Apenas cumplió los 16 y luego de aprobar el curso de ingreso a la Armada, Jorge se fue a Buenos Aires a principios de 1979. La falta de trabajo siempre fue un problema en todas las épocas y él era uno de esos jóvenes que buscaron nuevos caminos. La carrera de Jorge como alumno de la Escuela de la Armada fue excelente. Egresó a finales de 1980 como cabo segundo furriel.

“Cada vez que venía de visita a San Juan, me llamaba por teléfono a la casa de un pariente y me decía ‘mami tal día voy’. Entonces cuando yo sentía que pasaba el colectivo 38 y se paraba en la esquina yo decía ‘ahí viene mi hijo’. Entonces salía yo corriendo a recibirlo y él con un abrazo me decía ‘aquí está tu hijo mami’. Siempre venía contento, nunca estaba enojado, siempre sonriendo y venía con el uniforme chocho. Nos sacaba fotos a todos y nos venía embromando. A mí siempre me sacaba los rulos. Nos alegraba la vida a todos”, contó su mamá.

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La última vez que visitó San Juan fue en marzo del ’82, se quedó 15 días. Eran momentos de alegría porque justo se festejaba el carnaval. Su mamá tenía un presentimiento y le dijo aquel día de la despedida, llorando muchísimo, que no se fuera y él le respondió ‘no me iría mami’. “Yo lloraba y lloraba y después me volvió a decir ‘no me escribas porque voy a volver para Semana Santa’ y yo le contesté ‘si no querés irte Jorge no te vayas’. Pero se fue y nunca más lo vi”.

Luego del hundimiento del crucero en esos días y meses del 82 corrían muchas versiones de que había heridos hospitalizados por todas partes entonces sus padres pensaban que el hijo podría estar en algún lugar internado. Por eso viajaron varias veces en busca de algo que les diera algún indicio. La mamá llegó a Puerto Belgrano y allí conoció un militar. Era 15 de junio y hacía pocas horas había concluido la guerra. Había montones de heridos que llegaban.

Recorrió sala por sala, cama por cama, herido por herido. Se paraba al lado de ellos ¡y le daba tanto dolor de ver a esos chicos tan malheridos! El militar que la acompañaba le dijo al final del recorrido: “este es el último herido. Si su hijo no está acá es porque está muerto”. Salió más enferma de lo que había entrado.

Su madre mantuvo la cama de él armada durante muchos años. Jorge había sacado un muñeco de cuando era chico y lo había colgado en el respaldo y así como lo dejó él estuvo en el mismo lugar hasta muchos años después, cuando la mamá pudo convencerse de sacarlo. La ropa de Jorge tampoco la regaló hasta que la obligaron sus hijos. Conservó la valija que le mandaron desde la Armada.

Manuel Domingo Fernández

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Manuel Domingo Fernández, un día en pleno conflicto con Inglaterra, llamó por teléfono desde Ushuaia antes de que el crucero se adentrara en el mar a su mamá y le dijo: “no te hagas problema porque no vamos a llegar a las Islas Malvinas, ni entrar en guerra con los ingleses, vamos a estar lejos del lugar”. Por eso cuando Rosa Gélida Castillo se enteró de que habían hundido el Crucero Belgrano no lo podía creer.

Manuel fue el único varón entre cuatro hermanos, su padre se llamaba Enrique Manuel Fernández y su madre Rosa. Manuel nació en el año 48 en el barrio Obrero de Rawson, en la casa de su abuela, ahí se crió hasta su adolescencia.

Desde chico le apasionaron los barcos y todo lo que tuviera que ver con la marina, pero su padre al principio no lo aprobaba. Sin embargo cuando fue adolescente ingresó a la marina. Primero lo llevaron a la isla Martín García a hacer un curso y luego a Punta Alta en Buenos Aires.

En esas idas y venidas conoció a su novia Clara Carrizo. En un momento dado decidieron casarse y entonces renunció a la marina. Se puso a trabajar en la entonces fábrica de conservas Clancay, pero a él lo que realmente le gustaba eran los barcos y el mar. Entonces decidió reincorporarse y le dijeron que sí. Su mamá le dio la plata para el colectivo y se fue primero él y luego su familia.

Estando su mamá de visita en la casa de su hermana estaba escuchando la radio cuando se enteraron de que habían hundido al crucero Belgrano. Inmediatamente se fue a la casa de su hija que vivía en Puerto Belgrano y donde también vivía su nuera. “Nosotros íbamos a esperarlo día y noche en el puerto a ver si lo traían, pero sólo veíamos llegar aviones con varios muertos y heridos y él jamás apareció”, contó su mamá. Luego fueron de la marina a la casa de la nuera informarle oficialmente el deceso de su hijo.

Pedro Antonio Castro

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“Aunque él era maquinista nunca supimos si la explosión lo agarró haciendo su guardia en la sala de máquinas que era donde explotó uno de los torpedos o en su camarote. Esos días de mayo del 82 fueron muy tristes para nosotros acá en esta casa no se comía ni se dormía, sólo se lloraba”, contó Rosa Lidia Castro sobre la falta de su hijo, Pedro Antonio Castro.

Pedro nació el 11 de abril de 1952. Su padre se llamaba como él y era carpintero. La familia vivía en calle Jujuy Santa Fe, en la biblioteca Camilo Rojo, donde trabajaban como cuidadores. Al tiempo se cambiaron a la Villa del Carril.

Pedro era el mayor y único varón de cuatro hermanos. Le gustaban mucho los pájaros entonces comenzó a criar palomas mensajeras: llegó a tener cerca de 100 y para darles el alimento se tenía que ir todos los días a la estación de trenes, donde llegaban los vagones cargados de maíz. A los granos que se caían Pedro los juntabas. En su casa tenía un palomar hecho por él mismo.

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Tenía amor por los animales y así también por la marina aunque desde chico su vocación verdadera fue ser sacerdote, pero la madre de Pedro soñaba con verlo casado y con hijos. De esta manera, luego de abandonar el tercer año del Colegio Nacional Pablo Cabrera, ingresó a la Armada Argentina en el año 1968.

El joven marino fue destinado a Punta Alta, en la provincia de Buenos Aires y en 1971 conoció a su novia, con la que se casó poco tiempo después. Una sanjuanina de Villa Krause a la que conoció cuando venía de Buenos Aires en el colectivo. Con ella tuvo dos hijos.

Pedro hizo varios viajes en buque, llegó hasta Inglaterra y varios países. También cuando construyeron la base Marambio lo mandaron a llevar chapones para levantar galpones y viviendas.

Al estallar el conflicto con Inglaterra pedro envió una carta a su familia. Sus hermanas recordaron que todos sufrieron mucho al leerla su padre la guardó durante muchos años y luego de que su madre falleciera en el 2001 decidió quemarla, para terminar con el sufrimiento.

Ese 2 de mayo cuando hundieron al Belgrano todo el grupo familiar estaba de paseo en la Difunta Correa. Su padre escuchó que decían que habían hundido al crucero y no dijo nada a su familia. Recién al llegar a casa les contó.

Fue muy desesperante, el padre trabajaba en la Dirección de Arquitectura y había pedido el retiro voluntario. Es decir que no estaban económicamente bien como para ir a buscar al muchacho. El padre pudo viajar a punta alta a buscar a Pedro. Allí vio cosas impresionantemente tristes, como heridos y mutilados.

Algunos compañeros de pedro le contaron que media hora antes del ataque había estado conversando con ellos y que la última vez que lo vieron fue cuando le tiraba la yerba al mate. Cuando su padre volvió, se le habían venido como 100 años encima, contó una de las hermanas. Luego el padre estuvo en todos los actos que se realizaban los caídos de la guerra de las Malvinas. Junto con su esposa fue un hombre luchador que bregó por los recuerdos de los héroes de aquella guerra.

Juan Carlos González

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Juan Carlos González nació en San Juan el 10 de junio de 1944, hijo de Domingo González y Adelina Isabel Agüero. Fue abandonado de muy niño por su padre y recibió el cariño y protección de su padrastro, el comisario José López.

Cursó sus estudios en una escuela 101, frente a su casa, y luego hizo la secundaria en la escuela Monseñor Pablo Cabrera hasta tercer año, cuando ingresó a la Marina.

Un tío suyo de Moreno, en Buenos Aires, fue su tutor mientras estudiaba en la Escuela de Mecánica de la Armada. Prestó sus servicios en el destructor ARA Buenos Aires, en el crucero ARA 9 de Julio y en el destructor ARA Entre Ríos. En 1966 fue destinado a Puerto Belgrano, donde desarrolló actividades en la fragata ARA Azopardo y en el destructor ARA Rosales.

En las visitas periódicas a su familia en San Juan conoció en 1966 a quien sería su esposa tres años después, Nora Isabel Tadini, con quien tuvo cuatro hijos. Se instaló con su familia en Buenos Aires, viviendo en Lanús.

En 1978 volvió a Puerto Belgrano para hacer un curso en medio del conflicto con Chile por el Beagle. En 1980 fue ascendido a suboficial segundo artillero y junto con su esposa decidió que no era conveniente que toda la familia se trasladase al sur de la provincia, de manera que empezó a viajar los fines de semana para estar con ellos.

“Amaba a su familia, pero también a su profesión. En el momento de la guerra de Malvinas, si le hubieran dado elegir entre quedarse o irse, sin dudar hubiera elegido irse con su barco para cumplir con su deber”, contó su esposa.

El domingo 11 de abril de 1982 sus dos hijos mayores tomaron la primera comunión. Ese fue el último recuerdo de una jornada en familia. Se despidió de ellos sin saber que no volverían a verlo, ya que el 16 de abril el barco zarpó de Puerto Belgrano hacia el sur con 1.093 tripulantes en busca de su destino definitivo.

El 26 de abril la familia recibió su última carta fechada en Ushuaia. Recién el 12 de mayo se publicó la lista oficial de desaparecidos y recibieron la carta confirmando su fallecimiento. Sus camaradas de camarote no lo recuerdan allí en el momento de la explosión. Muy probablemente Juan Carlos habría estado en su puesto en la sala de armas cuando vino el torpedo.

Pablo Armando Ortiz

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Pablo Armando Ortiz nació el 28 de febrero de 1945 en Iglesia, era hijo de Epifanio Ortiz y de Armidia Quiroga. Perteneció a la Armada Argentina y dio su vida por la patria durante el ataque al crucero general Belgrano.

Era casado y en 1982 vivió en Punta Alta, en la provincia de Buenos Aires, al momento de su partida era su oficial segundo al bordo del crucero. Sus restos descansan en algún lugar del fondo del mar argentino.

César Ernesto Álvarez

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César Ernesto Álvarez era hijo de Mercedes Álvarez y de Adilio Durán, nació un 28 de enero de 1945. En ese momento su mamá vivía en el centro, en la calle Laprida. Era el segundo de cinco hermanos.

Álvarez se casó en abril de 1974 con Benigna Lara, en el registro civil de Rawson. Quienes lo conocieron lo describieron como un hombre respetuoso y reservado, muy meticuloso, inteligente y educado.

Como era técnico en comunicaciones, la Marina Argentina lo envió a Inglaterra en la década del 70 a reparar unas embarcaciones. Allí fue junto a su familia. Y vivió cerca de tres años, por eso tuvo dos hijos en ese país. Es decir, que tuvo dos hijos ingleses.

En 1982, cuando llegó la noticia del hundimiento del crucero, su madre estaba en la casa de Rawson. Llegó un patrullero a darles la noticia y la recibió una de sus hijas. No fue hasta el otro día que se la comunicaron.

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Su mamá viajó acompañada por otro de sus hijos a Punta Alta y allí se encontró con su nuera y sus nietos. Estuvieron alrededor de 15 días hasta que volvieron a San Juan. Allí se enteraron de que César no estaba asignado para viajar a las Malvinas, sino que fue una orden de último momento.

Él dejó todos los papeles ordenados y detallados antes de partir al viaje. Luego un compañero de César le comentó a la familia que había estado con él en la noche antes del hundimiento de guardia y que César les decía a sus compañeros que no se desvistieran y que estuvieran atentos, que no se durmieran. Algo presentía.

Hugo Ramón Fernández

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Hugo Ramón Fernández nació en Rivadavia el 19 de junio de 1961. Era hijo de Roberto Fernández, de profesión albañil, y de Leonor Jácamo, ama de casa. Cuando murió, contaba con 20 años de edad.

Hugo era casado, tenía domicilio en Hurlingham, provincia de Buenos Aires, y era cabo segundo de la Armada Argentina. Murió el 2 de mayo de 1982 en el crucero General Belgrano.

Hugo León Llanos

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Hugo León Llanos no era sanjuanino, pero vivió desde muy chico en San Juan. Había nacido en el partido de Martínez, en la provincia de Buenos Aires, un 30 de junio de 1948. Era hijo de Yeny Llanos y el mayor de cinco hermanos.

Cuando era muy pequeño, primero estuvo en La Rioja y luego llegó a San Juan a hacer su escuela primaria, hasta que se alistó en la Armada Argentina. “Cuando mi esposo cumplió los 33 años, en 1981, dijo mientras brindábamos: ‘ya me puedo morir, tengo la edad de Cristo’. Qué proféticas fueron sus palabras. Fue como si él se estuviese preparando para lo que vendría algunos meses más tarde”, contó su esposa, Virginia Avellaneda.

Se casaron el 11 de septiembre de 1976 en San Juan, pero el primer hogar fue en Mar del Plata. Allí, Hugo vivió el conflicto con Chile a bordo de un barco de bandera española. En el año ’81 le dieron el pase de crucero general Belgrano, y ahí la familia se fue a vivir a Bahía Blanca, en provincia de Buenos Aires.

A él le asombraba el barco porque era inmenso, decía que parecía una ciudad y que había un mundo de gente. El 2 de abril de 1982, todo el pueblo celebraba la recuperación de las Islas Malvinas, y Hugo llegó en un Citröen que tenía, con un pedazo de bandera argentina. Había conseguido en el Belgrano esa bandera y la había cortado por la mitad para repartírsela con su amigo y salir a festejar la recuperación. Hasta el día de hoy ella la conserva, y allí ve los recuerdos de su esposo feliz y orgulloso por la hazaña.

Estaba contento porque iba a participar del conflicto. Le informaron que partiría el 13 de abril. A él no le gustaba que lo fueran a despedir, por eso lo mandó a llamar su esposa con un compañero y él llegó. Le dijo que no pensara mal, que para eso había ingresado en la Armada, para luchar por la patria, y que tenía que irse porque estaba preparado para eso. Y así fue su partida, con felicidad y confianza.

Un día llegó la vecina y les dijo que había escuchado por la radio que habían hundido al crucero General Belgrano. En ese momento no quiso darle crédito a las palabras. Por aquellos días Virginia estaba angustiada de peregrinar por todos lados en busca de su ser amado. La gente conocida la consolaba y también la preparaba para cuando se suspendiera la búsqueda en el mar de los sobrevivientes. Y así fue que la búsqueda se suspendió y su marido no apareció más. Se había ido al fondo del mar con el crucero General Belgrano.

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